II- ¡Vaya Medicina!

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La vie est breve
un peu de reve
un peu d’amour
et puis bonjour

La vie est vaine
un peu de peine
un peu d’espoir
et puis bonsoir…
                        (Poema anónimo)

Mientras se ponía los zapatos de bailar Pilar miró a la pista para indagar el ambiente. Acababa de terminar una de esas reuniones de trabajo que solía tener a última hora y se había desocupado cerca. Le pareció raro encontrar ahí a Waigel, posiblemente él también estuviera sorprendido de verla en esa milonga. Estaba sentado con dos mujeres y Pilar se preguntó si serían amigas o eventuales compañeras de mesa. En la pista lo vio al francés que no se perdía los jueves de Gricel, lo había conocido en diciembre y sabía que estaba pronto a volverse a París. Sintió alegría por encontrarlo, quería despedirse. En cuanto terminó la tanda se paró para poder ver hacia dónde se dirigía y vio que se sentaba cerca de la entrada en una mesa que solo tenía una silla. Fue a saludarlo. Él la descubrió mientras se acercaba y abrió sus brazos para recibirla.
—¡Bonsoire, Pilar!
—¿Ça va, Dominique? —contestó ella. El acento francés le recordaba a su madre, Gloria. Dominique dio por terminada la conversación llevándola de la mano a la pista, mientras comenzaba a sonar una milonga, parecía ansioso por aprovechar el tiempo. Ella lo siguió, y sin errar un solo traspié de toda esa tanda de Donato.
Bailaron algunas tandas seguidas, no era lo recomendable, pero a Pilar no le preocupaba lo que cualquiera pudiera pensar. Dominique estaba por volver a París y ella extrañaría esas cortas charlas en francés. Tendría toda la noche para bailar con otros. 
Waigel estaba del otro lado de la pista y le pareció que la observaba. Cuando se despidió de Dominique todavía no eran las diez. Se abrazaron como si fueran grandes amigos, y a él se le ocurrió decir que la próxima vez se verían en París, Pilar sonrió y le siguió la corriente. Mientras Dominique se alejaba venían a la cabeza de Pilar recuerdos de sus viajes con Gloria, pensó que sería un buen momento para volver a París. Volvió a su mesa y se sentó, pero no bailó la siguiente tanda.

Gloria Amoroso era de familia francesa por parte de madre. Ese era su único origen conocido ya que su padre, abuelo de Pilar, había sido un sastre huérfano criado por los curas franciscanos que le habían enseñado el oficio. De todos modos, la madre de Gloria jamás había viajado a Francia ni había tenido contacto con sus ancestros. Eso tenía en común con su marido, la escasa información sobre su pasado. Las cenizas de Gloria estaban esperando que las arrojaran al Sena, como había pedido a sus hijas. Por algún motivo aún no había llegado el momento de hacerlo.

Ese tipo la estaba mirando. Si, la sacó a bailar y era un buen bailarín. La tanda de Darienzo valía la pena, sobre todo si se inauguraba con El Puntazo. Llegó a la pista y cuando estuvo frente a él lo saludó con un simple gesto, lo abrazó, cerró los ojos y bailaron en silencio. Se quedó callada en las pausas entre tema y tema, no tenía ganas de entrar en conversación. Por suerte el hombre se dio cuenta y no la cargoseó haciéndole preguntas. Cuando terminaron de bailar Pilar le agradeció, otra vez con un gesto, juntando las palmas delante del pecho. Volvió a la mesa y se sentó.

Gloria se había aferrado a sus raíces y había estudiado francés desde chica, cosa que inculcó también a sus hijas a pesar de no tener necesidad de comunicarse en ese idioma con nadie. Cuando Pilar entró al mundo de la aviación Gloria se lanzó, por fin, al reencuentro con la cultura de sus abuelos maternos. Eso incluyó varias visitas a Francia y perfeccionar el idioma.

La próxima tanda no iba a bailarla. Pilar se desconocía. Ella era de esas que no querían parar de bailar, pero hoy se comparaba con esos nostálgicos que llegaban a la milonga para tomar champagne y quedarse sentados. Si, pediría una copa de champagne para justificar estar allí sentada y bailar poco. Tal vez podría decir que no a algún hombre que la sacara, con la excusa de que el alcohol la había mareado. Nunca tomaba cuando bailaba porque eso afectaba la precisión en sus pasos, pero esa noche era diferente.

Air France había sido la primera empresa en contratar temporalmente a Pilar.  Estaban armando un equipo de trabajo en Buenos Aires para un breve proyecto que reportaba a la casa matriz. Duraría un año, y les había parecido bien incluir a una mujer que hablara francés. Buscaban gente joven que estuviera promediando su carrera en la universidad para formar un equipo interdisciplinario. Pilar fue la elegida entre los estudiantes de ingeniería. Parte de la paga sería con pasajes que podría ceder a otros, aunque el único destino posible era Francia ¿Qué otro destino podría interesarle? le regalaría a Gloria la posibilidad de viajar a París.

Waigel se acercó y la sorprendió apoyando su mano en el hombro de Pilar. Al ver que era él, ella le sonrió. 
—¡Hola! —dijo Pilar— ¡Qué raro vos en esta milonga!
—Es la primera vez que vengo ¿Vos venís siempre? —preguntó Waigel.
—No, hoy me desocupé cerca y como me había vestido con aires milongueros, vine a despuntar el vicio un rato —dijo abriendo los brazos para dejar ver su vestimenta. Pilar adoraba esa ropa que servía para todo. Un pantalón, tipo palazzo, de seda negra y una blusa de diseño sencillo que podía adornar ocasionalmente con algún collar y aros importantes que solía tener en el auto, a modo de botiquín de primeros auxilios. Su automóvil se había convertido en un pequeño anexo del placard: algún conjunto de pollera de seda fría para una emergencia, una remera negra y un par de zapatos de bailar que pegara con todo. No era raro que tuviera que buscar en el auto esa remerita que se había comprado y no encontraba en su casa, o el corpiño color visón que había cargado a último momento por si creía mejor cambiarse el que llevaba puesto. 
—¿Qué pasa que no bailás?, ¿se fue tu amigo? —preguntó Waigel mirando hacia donde el francés había estado sentado.
—¡Ah! Si, algo así. —dijo ella.
—¿Querés bailar? —preguntó Waigel, ella aceptó. Bailaron el primer vals y se separaron para esperar el segundo.
—Tan callada hoy… ¿Salís con ese tipo? —la interrogó Waigel.
—No, no salgo con nadie —explicó Pilar sonriendo. Waigel no preguntó nada más y eso le gustó. Cuando terminó la tanda él la acompañó a la mesa. En cuanto Pilar se sentó volvió a quedar de cara a la salida, mirando hacia la mesa de Dominique, y eso le devolvió los recuerdos de su madre. 

El primer viaje de Gloria a Paris lo había hecho sola en cuanto Pilar le regaló el primer pasaje. No estaba en buenos términos con su marido, a pesar de que vivían en la misma casa. Planificó un curso de perfeccionamiento de francés en La Sorbona. Para solventarlo vendió algunas alhajas que había heredado y las esclavas de oro que recibió de su esposo para los aniversarios de casamiento, una cada año durante los primeros quince años de casados. Decía siempre que ya no se podía salir a la calle con esas joyas, y justificaba desprenderse de los recuerdos de su madre argumentando que ella estaría feliz de saber el destino que Gloria daría al dinero. Hizo sus planes con anticipación, pero a espaldas de Víctor para evitar los cuestionamientos, y preparó las valijas dentro de su habitación sin que su marido lo sospechara. Después que Gloria se fue se despreocupó de su esposo, pero sus hijas no, debieron afrontar la situación por ella y contarle a Víctor que Gloria estaba en París. En las historias familiares este recuerdo aparecía como una picardía en tono de graciosa complicidad con Gloria, sobre todo para las hermanas de Pilar, aunque a ella la situación siempre le dejó cierta sensación de traición hacia su padre. Gloria empezó a viajar una vez por año, siempre encontraba la forma de hacerlo con poco dinero. Alquilaba boardillas acogedoras, mínimas, con alguna ventanita que le permitiera ver el cielo y los tejados parisinos. Generalmente en un hotel barato, aún sin baño privado, una habitación en casa de familia, o un departamento pequeño en un cuarto piso por escalera.

La tanda de Biaggi le sacudió la nostalgia. Un tiempo fuerte seguido de otro débil era el sello de la orquesta, al punto de que el típico final de cualquier tango, el chan chan, parecía tener uno solo, el primero, porque el segundo sonaba tan suave al lado del ímpetu del anterior que apenas quedaba insinuado. Pilar levantó la mirada y un señor que venía caminando por el pasillo entre las mesas la sacó. Llevaba una remera gris por afuera del pantalón negro de vestir. Ella aceptó preocupada de que no hubiera sido buena decisión ya que no lo conocía. De todos modos no había podido evitarlo porque la pescó justo, como si hubiera estado esperándola. Llegaron a la pista y ella le sonrió a modo de presentación. En cuanto la abrazó se dio cuenta que olía bien, era un buen principio. El hombre supo esperar el momento adecuado para dar el primer paso, parecía saber lo que hacía. Resultó ser el descubrimiento de la noche para Pilar, un ilustre desconocido la había transportado a otro lugar por un rato. Cuando terminó la tanda se saludaron y los dos sintieron el impulso de halagarse. Cuando Pilar volvió a la mesa se dio cuenta que apenas había tomado un poco de champagne. Agarró la copa y tomó un sorbo antes de sentarse, copiando esa costumbre que tenía su padre.

A Gloria le había gustado siempre el champagne, aún en la época en que todo el mundo apostaba a la sidra. Siempre intentaba que la gente conociera el champagne, el paté de fois, o la quiche lorraine, era toda una embajadora de la cultura francesa y la difundía como si fuera propia, eso fortalecía su identidad. Pilar recordó aquel viaje que hicieron con Gloria y Sol apenas después de formalizar su divorcio. Sol tenía siete años y Gloria las había entusiasmado para ir juntas a París. Pilar estaba insegura, no era una buena época para ella y sabía que París no sería suficiente para sentirse mejor, al contrario de Gloria no veía en esa ciudad nada tan extraordinario que sirviera para remediar su situación. A pesar de todas las dudas previas, el viaje se había convertido en un reencuentro familiar cuyo recuerdo atesoraba. Uno de los entretenimientos fue aquella tarde de peluquería para las tres. Eligieron una que estaba detrás de la Opera, Sol y Pilar se hicieron un corte parecido, rebajado y con flequillo que peinaban hacia el costado derecho, a cada una su tipo de cabello le daba una apariencia diferente, Sol había heredado el cabello lacio de su padre. Gloria prefirió hacerse reflejos y un tratamiento de belleza capilar -era la más propensa a aceptar las recomendaciones de la estilista- y la manicure. A la salida cruzaron a las galerías Lafayette, fueron a los stands de cosméticos, el lugar estaba iluminado por la luz dorada que se irradiaba desde la cúpula hacia la que balconeaban los pisos superiores de la tienda. El espacio era muy grande, y cualquier marca que se preciara tenía un puesto de ventas allí. Gloria forzó a Pilar para que se dejara maquillar por las promotoras de una reconocida línea cosmética, lo hacían gratis para entusiasmar al cliente con alguno de los productos que utilizaban en la prueba. Gloria buscaba la forma de alegrar a su hija y Pilar quería que su madre no sintiera que su esfuerzo era en vano; eso la motivaba, por momentos, a estar mejor.

Había llegado la hora de Pugliese. Sería mejor no mirar a Waigel para que no le siguiera preguntando sobre el francés. Uno que estaba al lado de su  mesa, se dio vuelta y la sacó. Era un brasileño con arito en una oreja, bastante bajito y bailaba como los dioses. Podía hacer alarde de movimientos muy lentos, aún agacharse y quedarse esperando a la música. La fortaleza de sus cuádriceps y el sentido musical que tenía le permitían darse ese lujo y otros, como dar pasos extremadamente largos, todo eso sin perder el equilibrio. Él quiso comprometer a Pilar para otra tanda durante la noche, pero ella le hizo saber que estaba a punto de irse.

¿Quién pudiera volver a vivir ese viaje? había sido un deleite para Pilar, solo que recién ahora lo descubría. Recordó el paseo por el mercado de las flores, en la Ile de la Cité. Variopintos colores y olores a orillas del Sena rompían la solemnidad de una zona plagada de oficinas y edificios públicos. Pilar compró una lavanda Blue Papillon para adornar el pequeño balcón que tenían en la habitación del Hotel de Lyon. Sus flores se distinguían por tener en la punta unos alargados pétalos de color azul violáceo intenso que parecían ser alas de mariposa, une petite relique. Sol se había entusiasmado con las vaquitas de San Antonio, las vendían en lotes con instrucciones para su cría, pero tuvo que conformarse con una plantita de flores de estación. Gloria, en cambio, prefirió comprar flores cortadas para arriba de la cómoda y el baño.

No quería irse sin volver a bailar con Waigel, pero la vorágine de recuerdos la hacía sentir vulnerable.  Aprovechó el momento en que pusieron la tanda de rock, por suerte él estaba atento, los ponían enganchados y no habría espacio para conversar. Era lo mejor para que no creyera que Pilar lo estaba evitando, menos aún que suponga que el francés era el culpable de esa nostalgia que ella intentaba disimular. La tanda transcurrió con un dispendio de sonrisas recíprocas y sin mediar palabra, tal como ella lo había esperado. En cuanto terminaron de bailar Pilar se despidió con la excusa de tener que madrugar, y los dos prometieron encontrarse el domingo próximo.

Pilar llegó a su casa y consultó algunos precios de pasajes por internet. Gloria era así, cuando decidía viajar los sorprendía a todos con la decisión. Si algo estaba mal en su vida intentaba solucionarlo con un viaje a París. Allí todos sus problemas perdían dimensión, una ciudad embriagante y sanadora para ella ¡Vaya medicina!, solía decirle Pilar.

Gloria había fallecido hacía dos años y Pilar aún intentaba reconciliar  las diferencias que había tenido con su madre, pensó que París podría ser un buen lugar para hacerlo. Durante los días siguientes llovieron cantidad de ofertas en su casilla de mail. Recibió una para el mes de junio, sería bueno pasar su cumpleaños allí y también celebrar el comienzo del verano. Las calles de París se llenarían de orquestas para festejar el día de la música, como todos los años el 21 de junio. Entró en el link que tenía ese mail para ver si había lugar disponible. Cuando salió de la página revisó su casilla de correo. El ticket electrónico acababa de llegarle ¡Vaya medicina! dijo Pilar sonriendo a la pantalla.

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