V- Vacaciones de Locura

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Waigel había conocido la milonga de la Avenida San Juan antes de sus vacaciones en Mar del Plata. El ambiente era amistoso y el color rojo de las paredes le levantaba el ánimo, era esa la milonga que frecuentó con Marta durante ese mes de diciembre, cuando se reencontraron, luego de separarse de Sandra. Ahora no tenía dudas de que había cometido un error pero la necesidad de mitigar su desconsuelo lo había dejado sin opción, por eso luego procuró irse solo a su departamento de la costa, para poder alejarse y descansar.
Ni bien llegó abrió el ventanal que daba al mar, miró la inmensidad e inspiró una gran bocanada de aire salado, eso sí que lo apaciguaba. Tenía toda la intención de limpiar y definir los detalles finales de la reforma. Quería hacer un placar en el dormitorio que había sido su amplia cocina el año anterior, había empezado a armarlo con algunos listones de madera y placas fenólicas que hizo cortar a medida. También tenía que decidir el revestimiento sobre la flamante mesada, quería cubrir la pared con algo atípico, menos frío que un azulejo, para que se adaptara al espacio que compartiría con el estar. Tal vez colocaría algunos recortes de chapa galvanizada que podría pegar él mismo apelando a su criterio estético.
Hizo las primeras compras de rutina, paseó por la playa, por la rambla y fue al centro. Al anochecer hizo una escapada al casino, de esas que podrían convertirse en excursiones de medio día, salvo que le diera hambre. En el camino de ida se entretuvo con algunos espectáculos callejeros de artistas que podían aspirar a más. Diez cuadras a la redonda eran suficientes para tenerlo todo, excepto las milongas que quedaban más lejos y había que ir en auto. 
Habían pasado tres días de unas vacaciones tan tranquilas que empezaban a sentirse aburridas, solo hablaba con el cajero del supermercado y con el portero del edificio. Decidió ir a comprar algo de comida hecha. Cuando salió del local se las encontró a Bety y Estela. Habían llegado esa tarde y estaban esperando al novio de Estela justo en esa esquina. Eran de su misma ciudad y habían tomado clases de tango hacía casi un año en el centro cultural donde luego conoció a Sandra. La movida milonguera de Mar del Plata había empezado a atraer público y no era raro encontrarse con conocidos. Darío llegó exaltado e hizo evidente su sintonía con el estilo amable de Waigel. Estela se ocupó de presentarlos cuando ellos ya parecían haber encontrado tema de conversación
  —Che, yo tengo el departamento acá nomás ¿Por qué no se vienen mañana a la tardecita y picamos algo?, así seguimos charlando. —Las mujeres se miraron y luego Estela buceó en la cara de Darío buscando consentimiento.
  —Bueno —dijo Estela— ¿Cómo a qué hora?
  —¿A las ocho? —Todos se miraron y asintieron— Te mando un mensajito con la dirección —agendaron celulares y en el mismo momento envió un mensaje que decía “11 de septiembre 2846 5A entre Bartolomé Mitre e Hipólito Yrigoyen”.
  —Ahí lo recibí —dijo mientras verificaba la información— Bueno, ¡Nos vemos mañana! ¿Qué llevamos?
  —No sé, ¿algún vino o un postre?, lo que quieran. —decía Waigel mientras besaba a las mujeres y luego extendía la mano para saludar a Darío ¡Hasta mañana!
—Chau, hasta mañana. —dijeron las chicas casi al unísono.
  Empezó a caminar y miró las estrellas. Concluyó que el día siguiente prometía ser soleado. La brisa era agradable y prefirió volver a su departamento  por la costanera hasta llegar al monumento a Alfonsina, justo allí tendría que desviarse. Era la mejor ruta, tenía vista a las olas rompiendo sobre las piedras, un constante murmullo de fondo lo incitaba al relax, y las fuertes explosiones de ruido y espuma justo cuando menos lo esperaba impedían cualquier acostumbramiento al paisaje. Tener un plan para el día siguiente lo ayudó a disfrutar de esa noche. 
Esperó con entusiasmo, su casa estaba limpia y acomodada para las ocho, las luces prendidas, y algunas cosas que había comprado para picar estaban a medio preparar sobre la mesada de la kitchenette. Los invitados llegaron pasadas las ocho y disfrutaron del recorrido que Waigel les hizo para que conocieran su departamento, parecían encantados. Pronto llegó el momento de descorchar el Malbec que trajeron los invitados. Se les ocurrió jugar a los sommeliers, Darío parecía el más avezado y esperó a que todos estuvieran servidos. Luego tomó la copa por el tallo y a partir de ese momento actuó como si no tuviera ningún apuro. 

Darío inclinó la copa a cuarenta y cinco grados y miró a trasluz para identificar ese color rubí intenso con reflejos violáceos, era extremadamente límpido, propio de un vino joven de buena calidad. Las mujeres trataban de imitarlo y Waigel lo observaba intentando seguirlo, pero sin tanto histrionismo. Agitó la copa y luego la detuvo para observar si el vino lloraba. Los demás lo imitaron sin saber bien lo que tenían que mirar. Concluyó que habían hecho una buena elección para tratarse de un vino de calidad media. Todos parecieron adivinar la intención de Darío y se acercaron la copa a la boca para dar el primer sorbo, pero Darío se detuvo a oler metiendo una de sus fosas nasales adentro de la copa. Lo agitó y olió otra vez para sentir otros olores distintos a los primeros. Tomó apenas un trago y se lo paseó con la lengua por la boca. Intentó sentir los taninos que eran completamente sutiles a pesar de que la botella rezaba estar elaborado en barricas de roble, eso indicaba que las barricas eran buenas, aunque era una obviedad que no serían americanas ni francesas a juzgar por el precio que habían pagado la botella. Las mujeres ya estaban hablando. Darío tragó un poco del vino y observó ese sabor residual en boca luego de que el líquido había desaparecido, era apenas persistente y eso lo haría más agradable para las mujeres. Estela lo miraba, parecía ansiosa por la parsimonia de su novio. Tomó otro poco y puso atención al olor que subía desde la garganta hacia la nariz ni bien dejaba desvanecer el vino. Disfrutó de esa sensación única del alcohol fusionándose con su cuerpo al dejar penetrar un pequeño sorbo por las mucosas de la boca haciendo completamente innecesario tragarlo. Los demás ya habían tomado casi media copa y seguían conversando.
  —Muy rico —dijo Darío sin que el resto le prestara demasiada atención. Casi sin quererlo se había evitado buena parte de esa conversación intrascendente entre quienes casi no se conocían.

Waigel estaba muy relajado cuando se dio cuenta que tendrían que empezar a picar algo antes de seguir bebiendo. Fue a la kitchenette por unas aceitunas y un poco de queso que había dejado preparados en unos cuencos. Agarró un paquete de galletas redondas malteadas que compraba en el almacén de la esquina, en su ciudad no las conseguía y cuando terminaba las vacaciones se llevaba algunos cuantos paquetes para su casa, el agua marplatense las hacía especiales. Se dirigía hacia la mesa con las aceitunas y el queso en un mismo plato grande que llevaba en su mano izquierda, las galletas las tenía en la mano derecha. No era el mejor momento para que sonara el portero eléctrico,  dejó las galletas sobre la mesada y levantó el auricular. 
  —¡¡¿Faaaabiooo?!! —preguntaron a los gritos con vos casi varonil.
  —¿Quién es? —Preguntó él para hacer tiempo, aun sabiendo de quien se trataba. Su cara empezaba a transformarse como si esperara una mala noticia.
—¡¿Qué, no me conocés?! ¡Abrime! —No podía entender que hacía Marta Bouche en Mar del Plata. 
  —¡Ah! ¿Qué hacés acá? Estoy con gente, ¿te llamo mañana? —contestó Waigel en tono componedor—. Ella no le respondió, pero sus gritos hacían pensar a cualquiera que no estaba de acuerdo. La voz se escuchaba por el auricular que Waigel se alejaba levemente de la oreja para no quedar sordo, y también se percibía desde la ventana abierta del balcón. Marta puso el dedo en el timbre y no lo soltó. Mientras, seguía gritando para que le abriera la puerta.
  —¡Ya bajo, quedate tranquila! —Dijo procurando que ella lo escuchara. Waigel detestaba los escándalos. Empezó algunas gotas de sudor empezaron a caer desde su cara, sintió su espalda fría, seguramente empezarían a aparecer lamparones oscuros en la remera azul que había elegido, buscó las llaves y se dirigió a la puerta. Las mujeres se miraron—. Disculpen, es una amiga, parece que tuvo algún problema. Waigel tomó el ascensor mientras el timbre seguía sonando. Cuando llegó abajo ella ya estaba adentro del palier, había aprovechado para entrar cuando salió una parejita de adolescentes que la dejaron pasar a pesar de las advertencias de seguridad pegadas en un papel en la puerta de entrada. En cuanto lo vio volvió a gritarle.
  —¿¡Con quién estás!? —No hizo caso al intento de Waigel de tranquilizarla— ¡decime con quién estás! 
—Con unos amigos —Contestó él en voz baja para compensar los gritos—. Quedate tranquila. —Lucía extremadamente compresivo.
—¿Qué amigos? ¡Quiero subir! —Los gritos se sentían desde algunos departamentos. El portero bajó para ver qué pasaba.
—Bety, Estela y el novio. Se llama Darío. Con ellas tomamos algunas clases, ¿te acordás? Quedate tranquila, ya subimos. —La metió en el ascensor en el que él había bajado y subieron antes de que por el otro llegaran abajo algunos curiosos. Darío esperaba parado junto a la puerta abierta del departamento y la vecina del fondo estaba asomada tratando de averiguar algo—. No pasa nada, disculpe —Las mujeres seguían sentadas en la mesa. Entraron y Waigel sostuvo con firmeza la puerta para evitar que Marta la cerrara de un golpe. Bety y Estela saludaron a Marta procurando mostrarse indiferentes a lo sucedido. 
—¿Cómo estás? Tanto tiempo. —dijo Estela. Bety permaneció en silencio y Marta no contestó. Waigel le sirvió una copa de vino procurando que siguiera calma, tal vez un poco de alcohol la relajara. Tenía que atenderla con dedicación para que las cosas no se le escaparan de las manos. Comieron en relativo silencio, hablaron algunas pocas banalidades, solo lo indicado para un momento como ese. 
Waigel sirvió enseguida el postre deseando concluir, al fin, la noche. Tendría que llevar a Marta a su casa, no la quería ahí con él.
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