XIII- La bailarina 2

Su vuelo seguía demorado. Se sentó en una silla desde donde podía ver las novedades que anunciaba la pantalla. Todavía tendría que esperar. Seguía repasando lo que acababa de hablar con Cubero. Debería haber algún error, muchos eran los que habían estado involucrados en ese proyecto fallido y demasiado dinero se había gastado. ¿Habría alguna complicidad para evitar los controles? ¿o simple impericia? No era su trabajo solucionar nada de eso ni estrictamente un tema de su especialidad, pero no podía evitarlo. 

 Tal vez tuviera tiempo de ir hasta el mostrador de TGH CARGO para ver si conseguía alguna otra  información. Tendría que salir del área de tránsito y eso no sería fácil. Buscó a la policía del aeropuerto. No tuvo dudas de haber llegado al lugar indicado cuando vio el cartel pegado en la puerta que decía “Policía de Segurança”. Golpeó. Un hombre le abrió y la hizo pasar. Pilar se presentó sin parsimonia y como si él tuviera que conocerla. Le explicó que tenía que ver a alguien en el hall principal de arribos y mostró la credencial con la que solía circular a gusto por los aeropuertos en la Argentina. Decía: "AEROPUERTO - LIBRE CIRCULACIÓN". Tenía la certeza de que no servía para el uso que intentaba darle. El policía fue diligente con ella. Pidió a Pilar que lo esperara y entró en una oficina que estaba detrás. Ella lo veía hablar con alguien que parecía ser su superior. Cuando salió le dijo que la acompañaría. Ella agradeció. En Alemania jamás hubiera conseguido algo así. Traspasaron el área de migraciones y luego la aduana. Caminaron unos 200 metros. Ella iba adelante ignorando al sujeto que la perseguía. Encontró varios mostradores que se disponían uno al lado del otro. Pasó por un puesto de información turística y por varias empresas de alquiler de autos. Después de AVIS había un pequeño espacio libre que conducía a los teléfonos públicos y a los sanitarios. El siguiente mostrador luego de ese descanso era el que ella buscaba. Eran las cinco de la tarde y tuvo suerte de encontrar a alguien.

—¡Miguel! ¡Por algún motivo ni me hubiera imaginado encontrarte acá! ¿Como estás? —Se habían conocido hacía cinco meses en Buenos Aires en un curso de capacitación para la seguridad del transporte. Pilar había dado tres clases dentro de una formación intensiva que duraba una semana. Los alumnos eran de distintas empresas y muchos habían viajado desde diferentes destinos para capacitarse. Los cursos se hacían aquí o allá según las conveniencias del momento y movilizaban alumnos o docentes al lugar elegido. Miguel Ge, un argentino que vivía en Rio de Janeiro desde hacía varios años había sido uno de sus alumnos más interesados, casi un chupamedias.— ¡Pero claro!

—¿Está paseando o trabajando? —preguntó él.

—Esperando mi vuelo, voy a París a visitar a mi hermana. Me dejaron salir del área de tránsito pero… me está vigilando ese señor. —Pilar le señaló al hombre que la esperaba a tres metros como si fuera un custodio. 

—¿El señor sabe quien es usted? Seguro que no ¡Sino no debió dejarla salir! —le dijo Miguel tentado de la risa.

—Cree que estoy en misión de seguridad —hizo un gesto como si quisiera disculparse por el engaño. Los dos se rieron con complicidad. No era del todo incierto, era habitual que Pilar buscara violar los controles, muchas veces los que ella misma diseñaba, la única forma de encontrar la vulnerabilidad para poder corregir—. ¿Sabés porqué vine? Quiero saber de las pruebas que se hicieron para implementar el sistema de control de las cargas. ¿Vos estuviste? —le dijo ella.

—No, la verdad que no. No se hicieron en el aeropuerto sino en la ciudad.

—Lo sé, pero pensé… No entendí muy bien por qué se frustró el proyecto. ¿Sabés que es lo que pasó? —preguntó Pilar.

—Parece que los equipos que hay en Brasil no sirven —respondió él.

—¿Por qué? —lo interrogó ella.

—No lo se. Seguramente deben haber hecho algún informe con los resultados.

—¿Tenés como chequear mi vuelo? —ella cambió de tema mientras pensaba como continuar la conversación. Miguel giró la pantalla y presionó una tecla y se abrió la ventana que contenía toda la información de los vuelos—. Es el de Air France. ¡Ya hay hora de embarque! Todavía tengo treinta minutos. Entonces, ¿no sabés nada de lo de las pruebas? ¿Algo que te hayas enterado informalmente, tampoco? 

—Nada —contestó él.

—Si llegás a averiguar algo ¿me avisás?, me intriga el tema. ¿Tenés mi mail? Anotalo, pilarbianca todo junto y con b larga, arroba gmail punto com. —El mail tenía una difusión incipiente y era la única forma de comunicarse a un costo razonable entre personas de distintos países. Miguel le mostró el papel para asegurarse de haber anotado bien—. Si, así está bien. Bueno, gracias, me tengo que ir.

—Ojo, ahora obedezca al señor. No se escape ni haga nada raro. —dijo Miguel mientras miraba de reojo al hombre que esperaba a Pilar.

—No. ¡Jamás! Derecho al avión. —dijo ella mientras los dos volvían a reír.

—Chau. Buen viaje.

—Gracias. ¡Nos comunicamos! —Pilar se dio vuelta y le hizo señas al de seguridad. Juntos se alejaron.

Para esa época IBM no fabricaba en Brasil el equipamiento que existía en el resto del mundo, restricciones proteccionistas que tampoco permitían importar los equipos. Nadie arriesgaba a correr los sistemas en otros equipos, pero aquello parecía pura burocracia, o algún interés creado para evitar el control que impondría el nuevo sistema.

Y ahora encima estaba ahí, esperándolo a Moreno. Seguramente le recriminaría el haberse inmiscuido en una cuestión para la que nadie la había contratado. La secretaria la hizo pasar.

 Moreno estaba acompañado por el mismísimo responsable de TGH CARGO en Río de Janeiro, así lo presentó, seguramente él había participado de las pruebas. Parecía un hombre avezado, estaba muy bien vestido y se lo veía expectante, pero dejó que fuera Moreno quien manejara el encuentro. Pilar supuso que era alguien importante en la empresa, a la sucursal de Río no mandaban a cualquiera, pero ella no lo conocía. Menos mal, se evitó la incomodidad de sentir que lo trataba de ignorante al expresar abiertamente su opinión, contraria a las pruebas que él mismo había respaldado.

Pero ambos hombres ya habían oído hablar de Pilar.  
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