XV- Sandra Vs. Marta

Durante los últimos cuatro años Waigel había noviado con Marta Bouche. Difícil prescindir de una mujer como ella. Lo ayudaba con todo, era esa la lealtad que él se merecía. Le hacía los trámites, lavaba su ropa, lo ayudaba con la limpieza de la casa, aprovisionaba las alacenas, organizaba su vida social, lo invitaba a cenar, le compraba ropa, y hasta visitaba a sus hijas o sus amigos sin necesidad de ir acompañada por él. Ella detestaba el tango, pero a pesar de eso lo había acompañado a aprender a bailar. Así fue que Waigel comenzó a frecuentar las milongas, de la mano de Marta Bouche. Todo lo que Marta hiciera por su novio lo contaba abiertamente como sacrificios no recompensados, eso la convertía en mártir ante los ojos de la gente. La madre y los hijos de Marta empezaron a detestar a Waigel gracias a los propios relatos de ella. También el propio entorno de él se volvió crítico y le reprochaban su trato hacia Marta. Ella era compradora y necesitaba un confidente para desahogarse, y también necesitaba algún aliado. En realidad se las arreglaba para tener varios confidentes, todos creían manejar información exclusiva pero la realidad es que todos sabían todo. Waigel hacía oídos sordos hasta que explotaba en un ataque de ira y se alejaba de ella. Se había dado cuenta que lo manipulaba bajo esa cáscara de mujer ejemplar y tolerante. Ella aceptaba la distancia por un tiempo y luego volvía arrepentida a pedir perdón y prometer amor incondicional, sin importarle cuán violentamente la hubiera echado, y él volvería a permitirle que se inmiscuya entre sus cosas. Pronto volvería la actitud habitual de Marta, las confidencias de sus malestares a otras personas, los reproches a Waigel invocando el incondicional apoyo de esos aliados que ella forjaba, la ira, la separación, y un nuevo reencuentro.

Con el tiempo Marta logró sembrar dudas en Waigel acerca de su gente más cercana, ya parecían más cercanos a ella que a él mismo. Se sentía abandonado otra vez y eso lo remontaba a lo más doloroso de su vida. Empezó a evitar los encuentros para eludir recriminaciones. Después de todo nadie parecía necesitarlo, aceptaban sin chistar que él se apartara, aún sus hijas. Waigel volvió a encerrarse y a evitar las visitas, a cambio de eso Marta lo atendía y cada tanto arreglaba algún encuentro con sus propias amigas. Fue en ese momento, de gran soledad y vacío para Fabio, que quiso acercarse a la nostalgia que le proponía el tango y decidió aprender a bailar. Marta intentó desanimarlo pero, como no pudo, se las arregló para acompañarlo. Pronto volvieron las peleas cada vez con más virulencia. El no soportaba tenerla todo el tiempo respirándole en la nuca. Le dijo que quería ir a clases solo, necesitaba sentirse libre. Ella se enfureció y lo dejó pero él sabía que volvería, con algo rico para comer, a tomar las riendas de su vida. Hasta que eso sucediera podría descansar de tanto ahogo. Esa había sido la vida que tuvieron juntos, la escena del abandono se repetía una y otra vez, parecía estar escrita, ser parte de una rutina inquebrantable.

Una tarde Waigel se había enfurecido. Marcos lo llamó por teléfono y lo increpó pidiéndole que tratara bien a Marta, se metió en asuntos de la pareja y no fue sutil sino que tomó partido abiertamente. Apenas Waigel cortó llegó Marta.

—Agarrás hasta el último alfiler que tengas en esta casa ¡y te vas! —gritó Fabio.

—Pero mi amor, ¿que te pasa? 

—¿Qué me pasa? Me tenés recontra repodrido, sos insoportable, ¡porqué no te quedarás muda!

—Es que no puedo entender que te pasa, ¿Me explicás? ¡Por favor te lo pido! —dijo ella en tono de ruego cual si no comprendiera nada de nada.

—¿Necesitás que te explique? Bueno, te explico, tomatelas, no quiero verte más. —Marta pareció asustarse y eso era lo que él pretendía. Agarró algunas cosas que estaban a su alcance, aunque siempre olvidaba su cepillo de dientes en el baño y el camisón debajo de la almohada, era su forma de dejar un mojón para marcar el territorio.— ¡Y no te olvides nada! —gritó él más fuerte aún. Entonces no tuvo remedio, ella fue al baño por su cepillo de dientes mientras él entraba al dormitorio para volver con el camisón en la mano—. ¡Esto también! —gritó Fabio mientras revoleaba el camisón sobre el sillón que estaba al lado de la puerta de entrada.

Marta tomó sus cosas apretándolas contra su pecho con los brazos, sin siquiera amagar a buscar una bolsa, y se fue. En cuanto se cerró la puerta Waigel se sentó en ese cómodo sillón y levantó los pies sobre una banqueta. Respiró profundo y se quedó ahí, reponiéndose de la bronca.

Después de media hora se levantó para preparar unos mates. Se fijó si el pedazo de limón que solía echar en la pava estaba aún en condiciones. Abrió el postigón de la puerta para poder ver el pasillo de entrada, arrimó una pequeña mesita y un sillón estilo director. Puso sobre la mesa una tabla a modo de posa pavas y llevó todo lo necesario mas algunas galletas marineras. Se sentó y se sirvió el primer mate. Miró hacia el corredor, el verano se estaba yendo pero todavía quedaban algunas flores rosadas en la enredadera que había plantado junto a la puerta. Ya se estaba sintiendo mejor. Iría a la clase del centro cultural, era para principiantes y el ya bailaba un poco, pero era lo mejor para no encontrarse con conocidos. Se entusiasmó con el lugar, habían muchas mujeres y el profesor lo comprometió para la semana siguiente, necesitaba que lo ayudara y a cambio no le cobraría las clases, después de todo no aprendería nada nuevo. En las clases siempre sobraban mujeres, también podría pensarse que faltaban los varones, de cualquier modo que fuera las novatas eran propensas a desertar si no tenían bailarín con quien practicar. Waigel tomó aquello como trabajo y fue allí donde un día llegó Sandra para aprender a bailar. Waigel se enamoró instantáneamente y la invitó a salir. Era una mujer dulce pero contundente, respetaba y se hacía respetar. Cuanta admiración le despertaba esa mujer, era exactamente como la que él creía merecer.

Con Sandra pasaron juntos ocho inseparables meses. No querría perderla por nada del mundo. Era discreta y mesurada pero sabía lo que quería. Claramente opuesta a Marta quien no ocultó su molestia cuando se enteró. Les propició varios escándalos cuando los encontraba juntos pero Sandra jamás le respondió, era inmaculada, y aún se lamentaba por el dolor que sentía Marta. Los seres humanos tienden a compensar y contrarrestar lo que ven en desequilibrio. Miedo al caos, tal vez. Eso es lo que los refuerza en su cordura cuando están frente a la locura. Si alguien elige el lado embarrado y sombrío de la cancha, inevitablemente, beneficia al otro quien, de cara al sol, quedó parado en el lugar iluminado, observando del otro lado la escena que no querría protagonizar, reforzando sus propias motivaciones para continuar en equilibrio. 

Una noche Waigel fue a cenar a lo de Susy con su flamante novia.  Había sido una velada amable y se fueron pasada la medianoche. El auto lo habían estacionado muy cerca, a unos treinta metros de la casa, pero los dos se quedaron paralizados cuando se acercaron. Corazones pintados con labial rojo en los vidrios y en el capot gris de la camioneta, mas un letrero gigante que decía “TE AMO” escrito al revés para que solamente lo leyera el conductor en cuanto se sentara al volante, como si eso lo convirtiera en un mensaje íntimo.

En otra oportunidad el auto de Waigel estaba estacionado en la puerta de la casa de Sandra. Cuando la pareja salió para hacer unas compras vieron un rayón de punta a punta abarcando las dos puertas y los guardabarros del lado del acompañante. Una clara señal para Sandra, así lo entendió Fabio. El daño pareció hecho con algo contundente y filoso, tal vez un corta fierros, que no solo había rayado sino también hundido la chapa. No podía comprenderse cómo sucedió eso sin que nadie lo viera. Pero a Waigel no le hacía falta corroborarlo, ni lo dudaba, Marta había dado acabadas señales de su falta de escrúpulos. 

Las situación comenzó a resultar estresante para la flamante pareja y Sandra decidió dedicar los miércoles a su hijo, en exclusividad. Eso lo dejaba a Waigel de lado  y no se sintió contento de que lo corrieran de un plumazo, otra vez ese abandono que lo había acompañado desde niño. Marta ya estaba desapareciendo aunque posiblemente fuera temporal, seguramente inmersa en alguno de esos recurrentes episodios depresivos, pero él sabía que reaparecería en el momento menos pensado. No quería que lo vieran solo por la ciudad, presentarse con Sandra lo enaltecía ante los demás. Empezó a frecuentar el bingo los miércoles, eso lo ayudaría a abstraerse por varias horas. Una iluminación tenue y las luces de colores de las máquinas tragamonedas lo hacían invisible ante eventuales conocidos que, en ese lugar, eran escasos. 

Un miércoles lo llamó Marcos, hacía mucho que no hablaban, desde aquel llamado que terminó en discusión por culpa de Marta. Le contó de una milonga en Palermo, fue cuando empezó a hacerse conocida esa que se hacía detrás de la Iglesia Armenia. Le propuso ir y Waigel no tardó en decidirse, no diría nada a Sandra por el momento, necesitaba ocupar su tiempo libre. Tenía la coartada del bingo, donde había pasado los últimos miércoles. 

Cuando llegaron a la milonga él se deslumbró con el lugar, y eso que aún no imaginaba que allí pasarían tantas cosas movilizantes para él. Menos  todavía imaginaría en esa escena a una mujer como Pilar, ahora solo le preocupaban Sandra y Marta, una por no perderla y la otra por no encontrarla. Eran solo seis meses los que faltaban para que su cotidianeidad cambiara de un plumazo sin que él pudiera siquiera sospecharlo ese día. Solo disfrutó del lugar en cuanto repasó la población femenina y vio que Marta no estaba.

En la milonga Fabio sacaba a bailar a las más altas, eso evitaba que le manchen la camisa con el maquillaje. Llevar una camisa oscura era su estrategia para estar más relajado, aunque tal vez no debió hacerlo. Un fin de semana Sandra tomó esa camisa de color gris oscuro con insignificantes rallitas blancas, solo pretendía acomodarla sobre una silla para que no se arrugara, pero no fue imperceptible el color rosado con el que se había teñido una de las rallas que pasaba por la punta del cuello. Era rouge, Sandra lo sabía porque ella misma se cuidaba de no manchar a Fabio cuando bailaban, y no se había puesto esa camisa para bailar última vez que fueron juntos. Empezó a sospechar hasta que se animó a preguntar.

—Ah, si, el otro día Marcos me pidió que lo acompañe al centro a una milonga, me olvidé de contarte.

—Como te olvidaste, si me dijiste que fuiste al bingo —replicó ella.

—¿Estás segura? No, te debo haber dicho la semana pasada —se defendió él.— A ver, esperá, no me acuerdo cuándo fuimos. Me parece que fue la otra semana. Bueno después le pregunto a Marcos, pero ¿cuál es el problema?, pensé en decirte pero justo era miércoles y yo se que estás ocupada.

—Eso no importa, me podés contar igual, o por lo menos no mentir, si fuiste la otra semana esta camisa ya estaría limpia —dijo ella.

—Bueno, tal vez no la lavé bien, no es tan grave, después de todo vos no me decís todo lo que hacés con tu hijo.

—Como no, si me preguntás todo, y a él también lo indagás. —Waigel prefirió no continuar con la discusión, no sacaría ningún provecho si seguía hablando. 


Los dos intentaron hacer que aquello no había pasado pero Sandra empezó a sentir desconfianza sin importar lo que el hiciera o no hiciera. Waigel era incapaz de transformar todo aquello en algo positivo. Por las noches no dormía y se quedaba en el living de la casa de Sandra mientras ella aumentaba las sospechas acerca de lo que le podría estar pasando a Waigel para distanciarse de ella. No quería reprocharle nada. Ese mismo equilibrio que había procurado mostrar todo el tiempo estaba a punto de desaparecer y temía verse afectada, se acordaba de Marta y no podía permitirse algo similar, ni por ella, ni por su hijo, y menos aún por Waigel, sabía el desprecio que podía provocar en él. Un día se levantó por la mañana y le pidió que se vaya de su casa, tal vez por un tiempo.



Waigel no salía de su asombro. ¡Que estupidez había cometido! ¡Jamás encontraría otra mujer como ella! Sabía que era inútil disculparse, Sandra era una mujer bien plantada y no cambiaría de opinión. Marta no tardó en enterarse y acercarse a consolarlo, él la dejó hacer pero seguía pensando en Sandra. Decidió aprovechar el verano para recluirse en su departamento de Mar del Plata y alejarse del ahogo que le imponía Marta. Había sido un error volver a verla. Conociéndola, no era difícil adivinar que se aparecería en medio de sus vacaciones.

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