XX- El Regreso 1

Como primera cita había sido algo excéntrica, pero que importaba, todo había salido bien, Pilar sabía muy bien cómo evaluar multiplicidad de probables efectos que un acto podría desencadenar, no era otra cosa que hacer su trabajo, medir riesgos, un error de mantenimiento, el clima, un mal cálculo, que importa, riesgos al fin. Malo hubiera sido encontrarse con alguna sorpresa desagradable, que se las habría arreglado para sortear, pero no la hubo. Waigel era apacible, tenía una situación sociocultural parecida y disfrutaban de las mismas cosas. Eso era un buen principio, y se gustaban. Ahora volverían para compartir esa flamante relación con los amigos. Waigel se mostraba ansioso por hacerlo y ya la había comprometido para ir a una reunión en la casa de Susy esa misma noche, tomarían clases de zamba con un profesor que contrataban entre varios. Irían aunque estuvieran cansados por el viaje, estaban felices. Luego, seguramente, pasarían la noche en casa de él.

Antes de salir pusieron orden en el departamento y cerca de las doce ya habían cargado el auto. Pilar quiso comprar de esos alfajores que le gustaban y él fue paciente mientras ella buscaba la dirección más cercana. Había una sucursal que quedaba en la avenida que los llevaba a la ruta. Pararon el auto y bajaron los dos. No tuvieron que esperar. Ella compró dos cajas grandes de los surtidos y él una rosca de pascua para llevar esa noche a lo de Susy. Ahora sí, estaban listos para el salir a la ruta.

A mitad de camino empezó a llover. La lentitud de la marcha se hizo obligada. Se había hecho de noche pero eran solo las cuatro de la tarde. Aún les faltaba ciento cincuenta kilómetros cuando se desató una lluvia torrencial, los limpiaparabrisas estaban en la velocidad más alta y el tránsito era cada vez más lento. Eso no los había afectado, mas bien era todo parte de la misma aventura y estaban uno con el otro. Marcos lo mensajeó: “Hace dos horas que estamos encerrados en el auto por la lluvia, no podemos bajar. ¿Ustedes?”, “A cien kilómetros” respondió Waigel, “Quedate ahí, no vengas” replicó Marcos. Cuando Waigel preguntó el porqué Marcos no volvió a responder. ¿Se habría quedado sin batería? ¿Realmente había llovido tanto en su pueblo?. Waigel quiso llamar a su hija pero el teléfono parecía no tener señal. Pilar probó con su celular pero tampoco pudo comunicarse, no sonaba. Sin embargo la llamó a Sol y sí pudo hablar con ella. En Buenos Aires también llovía mucho y se habían inundado algunos barrios, Sol se había enterado por la televisión. Se despidió de su madre pidiéndole que se cuide y que le avisara al llegar, como si eso fuera a ser pronto.  

Tal vez suspendieran lo de la noche, no llegarían a tiempo. Si el viaje se alargaba llegarían cansados y tensos. Waigel seguía manejando y la había relevado a Pilar de esa tarea, ella estaba a gusto con él al volante. Iban demasiado despacio y el combustible no sería suficiente. Pasaron por una estación de servicio pero estaba atestada de autos, Waigel sabía dónde estaba la siguiente, seguramente allí habría menos gente. Decidieron seguir. Cuando llegaron las mangueras estaban cruzadas. Todavía faltaban varios kilómetros y a esa marcha no llegarían. En la entrada a la ciudad había una rotonda con varias estaciones, intentarían ahí. No tenían más remedio que seguir y economizar combustible, Pilar se cercioró que Waigel supiera como hacerlo. Ya eran las nueve de la noche y el tránsito iba a paso de hombre. Waigel detuvo el auto en la banquina para esperar que se agilizara un poco. Apagaría el motor y recién lo encendería cuando el tránsito estuviera liberado. 

Los autos se detuvieron completamente aunque ya estaba lloviendo menos, seguramente algún accidente, todos tenían las luces encendidas, si no fuera por eso la ruta sería una boca de lobo. Era el tramo de la ruta 6 que unía Cañuelas con Luján. Varios gobiernos provinciales corruptos habían prometido una obra que jamás se había finalizado. Los pozos eran gigantes en el tramo que se había terminado hacía solo dos años y que jamás terminaban de habilitar, y parecían cráteres en la ruta vieja que hipotéticamente iba a ser reparada para convertirse en una de las manos de la prometida autopista. Dos manos de ida y dos de vuelta separadas por un espacio que debía tener alguna luminaria y vegetación para evitar el encandilamiento, ambos tramos en igual estado lamentable y el espacio central utilizado por los automovilistas para alternar entre una y otra ruta buscando el mejor lugar para transitar. Puro presupuesto que fue a parar al bolsillo de alguno y más de veinte personas muertas en accidentes por comerse los montículos que simplemente aparecían ante la vista de los conductores cuando ya era imposible evitarlos.

La gente empezó a bajar de los autos. Delante de ellos se estacionó otro. Una mujer bajó y se acercó para pedir un poco de agua para su bebé. Pilar le ofreció una botella de jugo empezado que tenía dentro de una canasta, en el asiento trasero. La mujer se fue agradecida. La banquina estaba llena de barro. La gente se juntaba en grupos a charlar y Pilar decidió acercarse a ver que pasaba. Eligió un grupo de gente que estaba al lado de un pequeño camión. Seguramente ese hombre tenía mejor información que el resto. 

—Buenas noches ¿Se sabe algo? —preguntó Pilar.

—Buenas noches. Parece que está inundado. No se puede pasar. 

—¡Ah! ¿Y no sabe si se puede entrar por otro lado?

—No, me parece que no hay mas remedio que esperar, desde el Acceso tampoco se puede dijo el hombre. Ya no estaba lloviendo fuerte, el agua debería empezar a bajar. Tal vez se habían tapado los desagües o había subido el río Luján. Pilar agradeció y volvió al auto a contarle a Waigel. Cuando llegó lo encontró malhumorado.

—¿Cómo te vas a meter ahí a hablar con cualquiera? ¡Que mujer arriesgada! —ella se sorprendió por el reproche de Fabio, parecía querer cuidarla—.

—¡Si están todos parados! Están conversando y fui para ver si sabían algo. Está inundado pero ya paró de llover, hay que esperar un rato que baje el agua.

—Bueno, esperemos —dijo él sin preocuparse demasiado. Pilar tomó la máquina de fotos y volvió a bajar. Tendría que ocupar su tiempo, no se quedaría sentada esperando que le gane la ansiedad. Sacó algunas fotos de siluetas de autos con las puertas abiertas, iluminados, desde atrás, por los faros de otros autos. Sombras de personas en medio de reflejos que venían de distintas direcciones. Tenía que sostener bien la cámara o saldrían movidas. Había cierta bruma que daba a las fotografías un aspecto extraño, como si fueran fotos de un sueño.

Después de una hora los autos empezaron a moverse despacio. Todo se estaba normalizando. Circulaban, lento pero circulaban. Atravesaron pozos cubiertos con agua, no se podría apreciar la profundidad si no fuera por el auto que iba delante y las luces que iluminaban las olas que se formaban al pasar. Waigel esperaba que el de adelante estuviera en lugar seguro, para usarlo de testigo, antes de avanzar. Eso mantenía la marcha lenta, pronto llegarían. Atrás parecía quedar la intención de ir a la casa de Susy, se conformarían con llegar a lo de Waigel, comer algo, ducharse, y descansar. Sol había empezado a mensajear a Pilar cada media hora preguntando si estaban bien, Pilar la tranquilizaba, no entendía porqué Sol estaba tan obsesionada. Waigel seguía sin poder comunicarse con nadie, ni amigos, ni familia. 

Tendrían que cuidar el combustible.

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