X- Víspera de Pascua

siguiente XI- LA BAILARINA

Era miércoles. El día siguiente sería un feriado a medias en Buenos Aires cosa que no interfería demasiado en el clima festivo. Hasta los que tenían que madrugar se vieron tentados a salir esa noche.

Alcira llamó apenas pasado el mediodía. 

—¡Bon après-midi, Pilar! —Algunas veces jugaban a hablar en francés pero pronto Alcira retomaba el castellano, la velocidad con la que pretendía comunicarse se imponía a cualquier propósito que no fuera en su lengua nativa.

—¡Salut, Alcira! —respondió Pilar.

—¿Vamos hoy, no? Mirá que yo pensaba ir al cine pero cambié de plan para acompañarte. —dijo Alcira.

—¡Si, vamos! ¿Nos vemos a las 9 en la puerta? —contestó Pilar haciendo caso omiso a su comentario sobre el cine, no le gustaban esas especulaciones.

—Dale, a las 9 estoy ahí. ¡Nos vemos!.

À plus tard. —remató Pilar.

A las 9 en punto se encontraron en la puerta de la Iglesia Armenia. La milonga funcionaba en un salón que estaba al fondo. El lugar era pintoresco y también la zona, se veía gente en la calle y era difícil estacionar pero Pilar había tenido un Dios aparte, un chico que cuidaba los autos le había hecho señas ni bien la vio con las balisas puestas. Enfrente de la Iglesia estaba el Club Armenio donde funcionaba otra milonga más informal concurrida por jóvenes y novatos, allí llegaban buenos bailarines a las tres de la mañana después de que otras milongas tradicionales cerraban sus puertas, a esa hora entraban gratis y eran muchos los que se tentaban con pasar a bailar aunque sea un rato. Dos milongas para distintos gustos y las dos funcionaban en instituciones de la colectividad Armenia, todo en la misma cuadra en el barrio de Palermo.

El templo se separaba de la vereda por una reja del ancho del lote, que tenía varios metros de frente y casi el doble de profundidad, estaba rodeado de un gran patio. La entrada se pagaba en la ventana de una pequeña oficina frente a la cual otra reja formaba un pasillo para poder controlar el ingreso. Había que atravesar un largo trecho al aire libre para llegar al salón que estaba al fondo y subir varios escalones tan anchos como el patio. Se veían al final las luces a través de la gran entrada de cinco hojas hecha con madera y vidrios repartidos biselados. Por ahí se accedía al hall. El piso era de mosaicos blancos y negros formando cuadros como los de un tablero de ajedrez. Había un perchero con ropa de tango en oferta para la venta. Pilar giró la cabeza para mirar pero no se detuvo. Hacia la derecha un pasillo con letreros indicadores conducía  al guardarropas y a los baños.

La gente se juntaba esperando pasar por otra puerta, mucho más imponente que la anterior, para entrar al salón de baile. Lo vio a Waigel, los separaba un grupo de personas. Cuando Alcira y Pilar entraron les pidieron el ticket para cortar la mitad que estaba troquelada y devolverles la otra parte con la recomendación de conservarla para el sorteo. Waigel no pareció haberla visto.

Entraron al salón. El lugar era el predecible después de semejante antesala. Molduras en perfecto estado y arañas de caireles que durante la noche regularían en intensidad para lograr diferentes ambientaciones. Luz suave para la tanda de Pugliese, intensa para el rock o la música latina, y el resto dependería de las necesidades de influir en el ánimo de los bailarines. El piso era el que se merecían los zapatos que Pilar había elegido para esa noche. Una señorita se acercó para preguntar si tenían reserva. Cuando le dijeron que no vieron en ella cara de preocupación. Las ubicaron en una mesa muy cerca de la entrada pero tendrían que turnarse para usar la única silla disponible, tal vez en un rato más pudieran conseguirles otro lugar. Un pasillo de circulación las separaba de la mesa junto a la cual estaba parado Waigel que conversaba con algunas personas. El la vio y se acercó a saludar cuando ella se estaba cambiando los zapatos.

—¡Viniste! ¿Viste que lindo lugar?  —preguntó él.

—¡Es hermoso!

—Te dije, no te lo ibas a perder —agregó Waigel.

—Si, de verdad. —Pilar le contestó mientras terminaba de abrocharse el segundo zapato.

El pasillo perimetral sobre el que estaban las mesas se llenó de gente que volvía de bailar la tanda que acababa de terminar mientras pasaban de cortina la música de la película El Padrino. Era perfecta para equilibrar tanta energía que había esa noche, glamorosa y relajante al mismo tiempo. Treinta segundos de cortina musical serían suficientes en un día normal, pero ese día hizo falta un minuto para que todos pudieran volver a sus mesas antes de que sonara la próxima orquesta. Le tocó el turno a Malerva y la tanda empezó con Gitana Rusa. Waigel tendió su mano a Pilar para invitarla y bailaron en silencio salvo por los pocos comentarios durante las pausas entre cada tango. 

—¡Qué alegría verte! —dijo él, parecía no salir de la sorpresa.

—Si, gracias! —contestó ella. Bailaron otro tema y luego él continuó la charla.

—¡Hay mucha gente por el feriado! ¿Que vas a hacer el fin de semana largo? —preguntó él.

—No lo sé —contestó Pilar. Prefería que sus días no estén abarrotados de planes, no dejaría espacio para la libertad que ella necesitaba.

Terminó la tanda y él la acompañó a la mesa para luego girarse y caminar los seis pasos que lo dejarían en la suya. Waigel llamó a la moza antes de sentarse y, cuando llegó, la hizo esperar y se acercó nuevamente a Pilar.

—¿Que querés tomar? —le preguntó.

—Una Coca común ¡Gracias! —dijo ella sorprendida. Al rato la moza llevó la bebida a la mesa de Waigel y lo vio pagar. Él tomó la lata con una mano, la copa con la otra, y se los llevó a Pilar. Dejó la copa sobre la mesa para abrir la lata, sirvió un poco y la dejó junto a la copa. Después levantó el vaso y se lo dio a Pilar en la mano. Antes de agradecerle ella le dio un sorbo y lo disfrutó como si se tratara de una bebida especial. Después no dijo gracias sino que hizo ese gesto de juntar las manos en el pecho e inclinar levemente la cabeza con una sonrisa suave dibujada en sus labios.

—¡Mirá vos! —le dijo Alcira en cuanto Waigel se fue.— ¡Un caballero! ¿Te dijo algo?

—¿De que?  —preguntó Pilar.

—De salir.

—¡Nooo! —contestó Pilar irritada.

—¡Bueno, pensé! ¡Como te invitó la bebida! —Pilar prefirió dejar esa conversación exactamente ahí. El interés desinteresado que Waigel le demostraba era perfecto para seducirla.

Empezó a sonar una tanda de Pugliese y uno al que Pilar no conocía se abalanzó para sacarla a bailar, buen momento para evitar la indagatoria de Alcira. Llegaron a la pista y se abrazaron. No pasó un segundo para que ella se arrepintiera de haber aceptado. El zamarreo se agravó con el paso de los minutos y la tanda estaba recién empezada, tendría que permanecer allí durante cuatro largos temas, entre pisotones y apretujamiento de sus zapatos preferidos entre los del ese hombre, que pretendía conducirla a los golpes. Los choques con otras parejas profundizaron su incomodidad y la sumergieron en un mundo grotesco que le impidió disfrutar de “A Evaristo Carriego”, una composición sublime que no se condecía con ese estilo de baile. Tenía que relajarse y agradecer el haber evitado los cuestionamientos de Alcira. Al final de la tanda ella hizo una gran sonrisa a su compañero de baile, tan grande como era su felicidad por haber concluido el calvario que duró unos eternos catorce minutos. Mientras le sonreía lo miró a los ojos tratando de memorizar su cara para no volver a caer en la trampa, sabía que su intento no era garantía, lo suyo no era memorizar nada. Los demás bailarines parecían no tener apuro en dejar la pista, seguramente querían prolongar el éxtasis, pero Pilar estaba urgida por dejar atrás aquel momento y se abrió paso entre la gente. 

Observó que Waigel estaba atento a ella. Pusieron los valses y él la miró intentando adivinar si quería bailar, ella le sostuvo la mirada. Recién entonces le hizo un gesto con la cabeza como si le señalara la pista, fue un gesto suave casi a modo de pregunta y parecía estar dispuesto a aceptar un no, como si le importara más lo que ella quería que su propio deseo. Ella se levantó de la silla sin perder tiempo en contestar, más atenta al deseo de Waigel que el suyo propio.

—Darienzo —dijo ella en cuanto se paró frente a él, antes de abrazarlo.

—¿Si? ¡Como sabés! —El llevó el ritmo a la perfección. No tenía demasiada destreza, pero si buen oído y pisada contundente. Jugó a separarse, por momentos de ella y hacerla girar sobre su eje sosteniéndole la mano sobre la cabeza, para volver a abrazarla en cuanto terminara de girar, todo sin haber perdido el paso. La tanda transcurrió en un abrir y cerrar de ojos. Volvieron caminando juntos y se quedaron hablando en el corredor que separaba las mesas de ambos. La gente circulaba por ese lugar, sobre todo hombres que miraban a un lado y a otro para elegir con quien bailar.  

—¿Y vos? ¿Que hacés el fin de semana? —preguntó ella.

—Pensaba ir a Mar del Plata, tal vez. Tengo que resolver un tema de las expensas del departamento.

—¿Tenés departamento allá?

—Si —contestó él.

—Parece que va a haber buen tiempo —dijo Pilar— Me encanta Mar del Plata pero no en verano, ¡hay demasiada gente! 

La música no volvía a sonar. La organizadora tomó el micrófono y saludó a los bailarines, presentó al DJ y agradeció a todos los colaboradores. Sorteó dos botellas de champagne, algunas entradas para el miércoles siguiente, y una prenda de las que se promocionaban en el hall de entrada. Luego invitó a las mujeres a ser protagonistas en la siguiente tanda, eso significaba que serían ellas quienes tenían que sacar a bailar a los hombres, una posibilidad única en toda la noche. Pilar estaba parada junto a Waigel y no tuvo más que mirarlo para que los dos volvieran a la pista para seguir bailando.

La noche se pasó volando. Ya había menos gente en la milonga. Los primeros en llegar empezaban a irse, Alcira también, tenía que viajar en colectivo hasta su departamento en el barrio de La Boca. Waigel y Pilar aprovecharon una pequeña mesa que se había desocupado para sentarse juntos  y seguir charlando hasta que pusieron La Cumparsita, era el anuncio del final de la noche.

—¿Bailamos? —dijo Pilar. Le parecía que no bailar el último tango  sería como dejar la noche inconclusa.

—¡Dale! —contestó él bien dispuesto.

Cuando dejó de sonar la música las mozas estaban levantando los últimos vasos que quedaban en las mesas. Algunas personas atravesaban la pista por el medio transgrediendo las normas impuestas durante el baile, que acababan de quedar fuera de vigencia y las voces resonaban en el ambiente como un suave murmullo. Marcos y Susy saludaron a Pilar y avisaron a Waigel que lo esperarían en el auto. El no pareció ansioso por apurarse sino que estaba atento al ritmo de Pilar. Caminaron despacio y bajaron las escaleras juntos. 

—¿Viniste en auto? —le preguntó él.

—Sí.

—Te acompaño. —Salieron hacia la izquierda. Ella había estacionado sobre la calle Niceto Vega, en la misma manzana. Se detuvieron delante de la puerta del Honda Fit gris azulino de Pilar.

—¿Si me voy a Mar del Plata, querés venir? —dijo Waigel—. No vuelvo hasta el martes. —Ella lo miró intentando comprender.

—¡No, gracias! ¿Cuándo te vas? —preguntó ella para salir de la incomodidad de su respuesta.

—Mañana, el viernes, o el sábado, es igual. Anotá mi celular, o escribime por de Facebook ¿Tenés? 

—Si, tengo —contestó Pilar. Que buena idea sería ver su perfil, seguramente habría allí información para conocerlo más.

—Buscame así: Fabio Waigel.  Le deletreó, W - A - I - G - E - L.

—¿Sos este? —preguntó Pilar mostrando su celular

—Si. ¿Y vos?

—Pilar Bianca, con b larga e i latina. Fijate que te mandé una solicitud.

—A ver —El buscó en el teléfono— Si si, acá está, ya te acepto. Dale, avisame si venís a Mardel.

—¡No, no creo, pero gracias! ¡Que tengas buen viaje! —agregó ella para dejarle en claro que se iría solo. Lo saludó y se subió al auto, bajó la ventanilla y él siguió ahí parado hasta que ella arrancó. Se alejó despacio y así manejó hasta llegar a su casa.


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