XI- La bailarina

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Pilar sentía que la vida había sido generosa con ella y parecía no importarle la mirada ajena. Sin embargo le gustaba corroborar lo que sus acciones provocaban en los demás. La cara de un alumno cuando, después de un examen, le pedía que se pusiera la nota; o cuando preguntaba si alguien quería algo del bar luego de entregar el cuestionario que debían responder. Qué sentido tenía no copiarse, si en la vida siempre nos estamos copiando. Los mayores desafíos que Pilar había enfrentado habían sido todos a libro abierto. Un examen a libro cerrado solo garantizaba la buena memoria del alumno y de algún modo ella despreciaba la buena memoria. Creía que, de haberla tenido, jamás hubiera desarrollado tanto su capacidad de análisis.
Se había introducido en oficios más propios de los varones y había heredado de su padre cierta naturalidad para vincularse con cualquiera. De hecho, en el ejercicio de su profesión de ingeniera aeronáutica, podía discutir aspectos técnicos con el personal de mantenimiento de un avión, o desafiar la opinión de algún importante directivo. Pero, en ocasiones, cuando tenía que entablar con alguien, forzada por alguna situación y fuera de su ámbito, solía verse en dificultades con las que su espontaneidad no se amigaba. 
En una oportunidad, cuando recién empezaba a bailar, Beba Pugliese se sentó a su lado en el Torcuato Taso. Su padre, Osvaldo, ya fallecido, había sido el creador de un estilo inconfundible. Algunas frases musicales sonaban impetuosas, con acentos rítmicos bien definidos, que luego venían seguidas de otras muy melódicas con sonidos suaves y ligados. Ímpetu y suavidad iban acompañados por la aceleración y la desaceleración del compás. El dos por cuatro se alargaba en las partes suaves y se aceleraba en las más marcadas, algo que cualquier profesional de la música intentaría desalentar. Osvaldo había roto con el tango de ritmos perfectamente idénticos en velocidad e intensidad del que había hecho culto Juan D’Arienzo, pero lejos estaba Pilar de conocer esos detalles, bailaba lo que le gustaba sin saber nada sobre la vida o muerte de esos genios. Era una novata y se limitaba a disfrutar lo que le parecía agradable a su oído sin más filtro que su propio sentimiento; después de todo, lo más puro, que suele perderse una vez que el intelecto se interpone. 
Ahí estaba ella, sentada al lado de Beba que buscaba una botella de agua para servirse un poco. Recién había terminado de tocar el piano con su orquesta y la de Pilar era la mesa mas próxima a la escalera por donde se descendía del escenario. Todos habían salido a bailar y estaban solas. Tuvo la oportunidad de tener un diálogo íntimo con la hija de uno de los más idolatrados del tango, muchos la hubieran envidiado, pero Pilar no entabló ninguna conversación para no dejar en evidencia su ignorancia. Ni siquiera advirtió el momento en que empezaron a sonar los acordes de Gallo Ciego. Y si lo hubiera hecho ¿que podría haber dicho? ¿que lindo tango? Tuvo que limitarse a ponderar a su orquesta, y se vio forzada a la incomodidad de conversar sobre el clima, o la cantidad de gente que había en el lugar.
Habían sido las parejas de Pilar quienes le habían propiciado algún contacto con el arte. Ella era aérea desde su profesión hasta su personalidad. Algunas veces lucía irresponsable, pero solo hasta que pudiera demostrar sus teorías. Ser disruptiva la divertía, seguramente eran los genes de su padre. Siempre estaba bajo la lupa de alguien a causa de sus opiniones distintas a lo que sostenía la mayoría. 
En una oportunidad el directivo de una importante empresa transportadora de cargas aéreas quiso hablar con ella para saber su opinión sobre un tema que nadie resolvía desde hacía algunos años. Varios colegas habían viajado desde Buenos Aires a Rio de Janeiro para hacer pruebas, y hasta habían hecho una simulación en el showroom de un proveedor de computadoras con resultados desalentadores. Ella no comprendía los motivos por los cuales no podía implementarse en Río de Janeiro el mismo sistema que la empresa tenía en el resto del mundo. Siempre escuchaba vaguedades entre los fundamentos, eran demasiados, seguramente para compensar la ausencia de uno contundente. Pero el hecho es que esas vaguedades lograban acobardar a los que tenían que tomar las decisiones. Por momentos había sido ella la que se sentía ignorante al no comprender la situación.
El tema inquietaba a Fernando Moreno y por eso la había hecho llamar. Pilar llegó a su despacho cinco minutos después de la hora que habían acordado. Las oficinas de TGH CARGO estaban en la calle Paseo Colón y Venezuela, la entrada era por la ochava de la esquina y se accedía a una gran planta libre donde varios empleados trabajaban a la vista del público. Había algunos mostradores de atención dispuestos en distintos lugares. Todo estaba desordenado,  mercadería apilada en distintos lugares, pedazos de hilo de empacar tirados en el piso, y escritorios tapizados con pilas de papeles poco acomodados. Solo la parte destinada a los jefes parecía arreglada. Los despachos estaban todos en línea, cada uno con un gran ventanal hacia la calle Venezuela, prolijamente dispuestos y con divisores que no llegaban hasta el techo, que era demasiado alto. En el extremo mas próximo a la entrada había dos escritorios que ocupaban las secretarias y al fondo estaba el gran despacho de Moreno. Pilar se anunció.
Siempre se estaba metiendo en problemas. Mientras esperaba comenzó a repasar lo que, suponía, había llegado a oídos de Moreno. En el ambiente aeronáutico todo se sabía. Seguramente se había enterado del encuentro que había tenido ella con el jefe en el aeropuerto de Rio de Janeiro.
Su vuelo se había demorado en esa escala brasileña cuando viajaba a París a visitar a su hermana. No era buena pasajera y detestaba los tiempos  perdidos en los aeropuertos. No le agradaba ver su suerte echada en manos ajenas, como el médico que tiene que someterse a una intervención quirúrgica. Luego de un rato de aburrimiento empezó a caminar, el free shop ya no era lo suyo. Vio pasar un pequeño tractor con la inscripción TGH CARGO  y se le dibujó una sonrisa en forma instantánea, acababa de encontrar un entretenimiento. Buscaría al responsable de la empresa en el aeropuerto.  
Se llamaba Cubero, tendría unos cincuenta y ocho años y lo encontró saliendo de su oficina, parecía ir de recorrida. 
—Perdón, usted es Cubero? —preguntó ella cuando lo abordó.
—Sí
—Encantada, Pilar Bianca.
—Encantado. ¿de Buenos Aires?
—Si. Trabajo en seguridad —se presentó ella— seguridad aeronáutica —le aclaró, por si acaso. 
—Ah ¡Que bien! ¿Vino por trabajo?
—No esta vez, estoy yendo a París a visitar a una hermana y mi vuelo está demorado. Aprovechando para ver como andan las cosas por acá.
—¿Viaja en el vuelo de Air France? 
—Si —dijo Pilar intentando ser breve para poder cambiar de tema—. Me enteré que vino una delegación de Buenos Aires, hicieron unas pruebas con equipos brasileños, hace unos meses, para ver si se puede implementar el sistema que conecta a las sucursales. ¿Usted estuvo?
—Si, fue el año pasado. ¿Me está hablando del sistema para controlar las cargas, no? ¿Usted está trabajando en eso? 
—No en realidad, pero se que hubo algunos problemas y me dio curiosidad. —contestó Pilar.
—Parece que los equipos brasileños no permiten la implementación del sistema que se instaló en todas las demás sucursales. ¿Sabe que tenemos los depósitos llenos de mercadería que nadie retira? Ese es un problema muy serio para mí —explicó Cubero.
—Si, claro que lo sé. Las agencias que venden la carga envían paquetes llenos de material inservible, solamente para cobrar de TGH Cargo las comisiones por el transporte de algo que nadie necesita. Los envíos se hacen bajo la modalidad flete a cobrar en destino, al retirar la mercadería. Jamás se retira la mercadería, jamás se cobra el flete, pero sí abonan las comisiones a la agencias en el mismo momento que rinden las ventas, una vez por mes, sin que pueda controlarse el destino final. ¿Es cierto que la empresa estuvo al borde de la quiebra? 
—Si, es exacto como lo describe. Estamos siendo estafados y necesitamos implementar ese sistema para poder controlar, y que solo se paguen comisiones por los bultos efectivamente retirados y abonados en destino —dijo él.
—¿Se sabe por qué motivo no se pudo implementar?  —preguntó Pilar.
—La verdad es que no sé, ¡pero mire que probaron! ¡vinieron muchas veces, y cada vez traían más gente! —contestó Cubero.
—¿Y con otros sistemas pasa lo mismo?
—No, la mayoría de los programas corren bien en los equipos que se venden acá —dijo él.
—Que cosa extraña, ¿no? Bueno, seguramente alguien estará analizando el tema. Ya se va a ir resolviendo. Por ahí lo llamo para saber si tiene novedades más adelante, o le mando un mail —agregó Pilar
—Si, claro, tome mi tarjeta. Si me entero de algo le aviso. —dijo Cubero mientras le daba una tarjeta a Pilar. Ella buscó las suyas sin éxito, jamás las tenía a mano cuando las necesitaba.
—¡Uh! Disculpe, no encuentro las mías. Yo le mando un mail con mis datos. Gracias. Voy a ver que pasa con mi vuelo. —dijo Pilar. Parecía que iba a despedirse pero hizo otra pregunta para sellar el encuentro con un tema personal.— ¿Sabe algo de Augusto?
—¿El chico que estaba antes acá? ¿Lo conoció? —preguntó él.
—Si, trabajamos juntos en varios proyectos —contestó Pilar.
—A veces lo veo. Está trabajando en la ciudad, ¡Se fue a otra empresa con un puesto muy importante!
—Algo sabía. Mándele saludos míos. Dígale Pilar Bianca, se va a acordar de mí.
—¡Como no, se los daré! Que tenga muy buen viaje, y nos hablamos pronto —contestó él en tono de agradecimiento.
—Gracias. Hasta pronto. —Pilar se alejó y fue directamente a una de las pantallas que indicaban el estado de los vuelos.
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