XII- Viernes Santo

La pascua siempre prometía un fin de semana largo, pero esta era una pascua especialmente extensa. Había sido alargada por un decreto presidencial que convertía en feriado el lunes para hacer un puente con el martes siguiente, en que se conmemoraba el aniversario del desembarco de tropas argentinas en las Islas Malvinas. Historia de hacía unos treinta años, de esa que Pilar no había tenido que estudiar de los libros. La fecha la conmocionaba especialmente porque la noticia del desembarco la había escuchado por radio a las 5 de la mañana, antes que la mayoría de la gente, en uno de esos madrugones destinados a repasar para un examen que tendría durante el día. No estando del todo despabilada había creído que la emisora transmitía alguna información falaz, tal vez la frecuencia había sido interceptada por algún gracioso, o quizás fuera un simulacro, o ficción. Le provocó cierta rareza la noticia pero no había imaginado el inicio de una guerra. Sólo cayó en la cuenta de lo que estaba pasando cuando vio la reacción de Gloria, su madre, al despertarse. ¡Merde! ¡Era serio el asunto! A partir de allí se desconcentró y cerró los libros. Seguro que todo era un sueño, tanto la noticia como el examen para el que estudiaba.

Días después tuvo que despedir a su novio, se llamaba Alejandro y tenía que presentarse ante las autoridades militares aún después de haber concluido el servicio militar. Nunca había imaginado verse en aquella situación, hasta pensó en enrolarse como voluntaria, cosa que Gloria desalentó enfáticamente. Pilar quedó relegada al papel de observadora de esa realidad en la que no podía intervenir, eso la dejaba en un lugar de impotencia, escuchando noticias sobre hundimientos, ataques, bombardeos, soldados muertos que eran jóvenes de su edad, y de todo se enteraba por los periódicos en una época en que el correo electrónico y los teléfonos celulares no eran ni siquiera una fantasía. Pilar necesitaba estar del lado de los que hacían algo, no importaba que, pero no admitía conformarse con mirar lo que pasaba, y menos sentarse a esperar que su novio volviera, o no, de la guerra.

El jueves se despertó tarde y ni se acordó de Waigel. Pasarían unos días hasta que volviera a verlo, era mejor no gastar energías en una relación aún incierta. Puso orden en la casa, respondió unos mails que había recibido, y solo salió un rato a la noche a tomar un café a la casa de un amigo después de cenar. Toto siempre la esperaba con algún musical de calidad inmejorable. Un televisor gigante con el audio conectado a un equipo con buena potencia y algunos parlantes distribuidos por el living daban un efecto envolvente al sonido, era como estar en un concierto en vivo. Pilar sólo se sentaba y él ponía óperas, musicales, o cualquier otra cosa de su vasta colección que conservaba bien organizada en CD’s.

El viernes santo amaneció radiante y templado. El sol no sofocaba sino que aplacaba el viento fresco del otoño recién llegado. Entró al Facebook desde su celular ni bien se despertó y vio que Waigel estaba conectado. Seguramente ya estaría en Mar del Plata. Una amiga rosarina anunciaba el inicio de su caminata por las siete iglesias. Pilar no lo dudó, saldría con ella, salvo por los 300 kilómetros que las separaba. Se harían virtual compañía.

Se vistió con calzas deportivas, remera de manga larga, sus zapatillas mas cómodas, una campera liviana y salió. ¡Hermoso día! Prefería el otoño a la primavera y el invierno al verano. Los meses de enero y febrero le resultaban tediosos e ingratos. No le gustaban los clubes ni las piletas, tampoco salir de vacaciones en plena temporada a amontonarse con gente en cualquier destino que eligiera. Era mejor el aburrimiento estival en una ciudad vacía y con poco tránsito que torturarse con un hipotético descanso que jamás sería tal. Con el tiempo comprendió que las vacaciones no eran lo suyo, tal vez si viajar, pero jamás descansar, al menos en el sentido en que la mayoría de la gente interpretaba el descanso. Había terminado el verano y empezaba la época que ella realmente disfrutaba, sin acción no había vida. Si se trataba de lugares para pasear preferiría las montañas, los senderos con o sin salida, caminos por descubrir, obstáculos para sortear, variopintos colores, olores y texturas, al llano de la mar donde todo lo que debía verse estaba delante como una gran inmensidad de pocas cosas: mucha arena, mucho agua, mucho cielo, y todo el resto perdía protagonismo. Casi una postal con la que era difícil de interactuar desde abajo de una sombrilla clavada en la arena. Sólo su trabajo le permitía vincularse a gusto con esa inmensidad.

La idea de escaparse con Waigel era descabellada y tentadora a la vez. Llegó a la primer iglesia a cinco cuadras de su casa. Jamás había entrado allí. Encontró un poco de agua bendita y se persignó. Dio una vuelta para reconocer el lugar, pasó por el altar hincándose en cuanto atravesó el pasillo central. Agradeció, rezó un padre nuestro, se volvió a persignar y salió. Se encontraba haciendo aquel ritual sin ser tan creyente ni tan devota. La próxima que marcaba su GPS estaba a quince cuadras, tenía que averiguar si en el camino había otra que no estuviera señalada. Lo vio a Héctor, el dueño de la vidriería del barrio, conversaba con una vecina en la puerta de su casa y aprovechó para preguntarle.

El clima era especial para imaginar una caminata por la playa en compañía de Waigel e intentar quitarse, en vano, el pelo de la cara. Volvió a espiar si Waigel estaba conectado a Facebook. Parecía un buen hombre y no la había presionado, eso la tranquilizaba. Sería linda aquella locura, podría considerarla si no fuera por los compromisos que la retenían en Buenos Aires. 

Ir al teatro con Silvia y visitar a su padre el domingo eran las citas que no se le ocurriría cancelar. ¿Habría sacado las entradas? Pensaban ir a ver “Otelo” en una versión que transformaba la tragedia en comedia y suplía una escasa inversión con mucho talento. La daban en La Carpintería, un pequeño teatro que funcionaba en el barrio de Palermo al cobijo de un bar con mucha charme. Se trataba de una interpretación distinta de la obra de Shakespeare que aportaba una mirada cómica y ridícula al drama que vivió Otelo, que sólo ostentaba esa categoría por el desmedido sentimiento desgarrador estimulado por la colaboración infaltable de personajes dañinos, y cierta ceguera que le impidió al protagonista ver más allá de su propio dolor. Dramas inexistentes forjados en la propia mente de las personas con la ayuda macabra de otras, los Yago que andan por la vida y, seguramente, muchos de ellos bailarán tango. 

Sería bueno llamar a Silvia. Acababa de pasar la pequeña capilla que le había indicado Héctor pero estaba cerrada, así que se detuvo un rato en la puerta, se persignó y rezó un padre nuestro. Después verificó el camino que la llevaba a la tercer iglesia, se puso los auriculares y buscó entre sus contactos antes de seguir caminando. 

—Hola Silvia ¿Cómo estás?

—Bien Pili. ¿En qué andás?

—De caminata por las iglesias.

—¡Que bueno! ¡Está divino! ¡Me hubieras avisado y te acompañaba!

—Salí sin planificarlo. En realidad tenía una invitación para el finde, pero acá estoy ¡haciendo las siete iglesias! ¿Sacaste  las entradas para Otelo? 

—Not yet. Las iba a sacar ahora por internet. ¿Querés que cancelemos? Total, podemos ir otro finde. ¿Adónde te vas?

—¡No no! En realidad me invitaron pero no acepté, tengo compromisos acá. …A Mar del Plata.

—¿Y quién te invitó? —preguntó Silvia intrigada por el misterio que percibía.

—Un señor.

—¿Estás saliendo con alguien?

—¡Nooooo, not yet! —Le respondió a Silvia con su mismo estilo—.

—¿Not yet y te vas a ir a Mardel? 

—¡Yo no dije que iba a ir! ¡No lo decidí aún! ¡Si vos hubieras sacado las entradas ahora mismo tendría un problema menos. —Dijo Pilar en tono de jocoso reproche.

—Ok. Lo siento, pero vas a tener que hacerte cargo y tomar una decisión. Lo dejamos para otro día, ¡Sentite libre! —Le hablaba a Pilar en tono imperativo, como si desconociera que era un consejo innecesario para una mujer como ella.— Besito, ¡Después contame!

—Bueno, chau. —Pilar se despidió algo molesta con ella misma. No podía creer lo que acababa de pasar. Casi le había dicho a Silvia que se iría a Mar del Plata con Waigel, una fantasía que no debió interferir en su vida real.

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