IX- Vacaciones de Locura 3

Waigel sacó el pañuelo de su bolsillo para secarse la transpiración antes de intentar levantar a Marta del piso. La incorporó como pudo, sabía que estaba perfectamente bien y que fingía, esa parafernalia a la que lo había acostumbrado sin que se le mueva un pelo más que por la vergüenza. La acompañó a la mesa desde donde Andrea miraba atenta, de pie, todo lo que estaba sucediendo. Una moza se acercó para preguntar si llamaba a un servicio de emergencias a lo que Waigel rehusó de plano. Cuando se fue la moza él fue por un vaso de agua para salir de la escena y lucir como un compañero de baile ocasional ante los desconocidos. En cuando Marta tomó dos sorbos Waigel se ofreció a llevarla a la casa, quedaría bien y nadie sospecharía que había sido intimado a hacerlo. En cuanto empezó la nueva tanda se cruzó el salón para saludar a Marcos y a Rosa y fue hacia la puerta haciéndole señas desde lejos. Andrea la acompañó a la entrada y Waigel ya esperaba en la calle.

—¿Estás segura que no querés que vaya? —preguntó Andrea.

—No, no te vas a perder la milonga, quedate —respondió Marta. Maldita, Waigel sabía que era una maldita, que quería irse sola con él.

—Bueno, llamame cualquier cosa, que voy. Tenés las llaves?  —preguntó Andrea.

—Si, si, las traje —respondió Marta. Maldita y siniestra, seguro había calculado todo fríamente.

Cruzaron la avenida y caminaron unos 70 metros para llegar al lugar en el que Waigel había estacionado la Ford negra. La había comprado  mientras noviaba con Sandra y Marta jamás la había pisado. Lamentaba tener que llevarla ahora, cada vez que se subiera la imaginaría a Marta ahí, sentada al lado suyo. Destrabó el cierre centralizado apretando un botón que estaba en la llave, abrió la puerta, esperó que suba, y luego la cerró. No le importaba ser caballero, solo quería evitar que ella la cerrara a su estilo. Luego dio la vuelta para subir él y ella empezó a hablar antes de que pudiera acomodarse y cerrar la puerta.

—Que olor a nuevo —dijo Marta.

 —¡Que carajo me importa! ¡No me sigas más! ¿Escuchaste? No quiero verte más y no me importa como te sentís ni que mierda te pasa ¡¡No me persigas!! —dijo él irritado. Ella empezó a llorar.

 —¡Me voy a matar! Yo te extraño ¡Por favor! Te extraño, no puedo vivir sin vos —dijo a los gritos entre un mar de lágrimas. Waigel la miraba como si viera a un extraterrestre, se sentía incapaz de responder, no comprendía si era una declaración de amor, una amenaza, o una intimidación.

—Vos estás loca ¡Hacé lo que quieras, pero lejos de mí! Yo te llevo y vos te las arreglás. No vinimos juntos, yo vine de vacaciones solo, ¿entendiste? ¡Hacé de cuenta que el muerto soy yo!

 Llegaron a la casa de Andrea, era cerca de las Colinas de Peralta Ramos. Por suerte quedaba bastante lejos de su departamento, pero estaba a la vista que las distancias no eran un obstáculo para Marta.

 Los días siguientes fueron ausentes de noticias. El no sabía si eso era mejor o peor, no tenía ni idea de lo que podía esperar pero deseaba que Marta se hubiera ido o estuviera internada. Cualquier cosa mientras se pudiera desembarazar por lo que restaba de las vacaciones. El sábado siguiente le pidió a Marcos que lo acompañara a una milonga que se hacía una vez al mes en el Golf Club de Cariló, era un lugar poco conocido y seguramente estaría a salvo allí, lejos de Mar del Plata, valdría la pena manejar cien kilómetros. Fueron con el auto de Marcos. Serían las nueve y media de la noche cuando pasaron por Villa Gesell, ya faltaba poco para llegar. El teléfono de Marcos sonó, y Waigel miró la pantalla, era Andrea. Pidió a Marcos que la atendiera.

—No le digas que estás conmigo —dijo Waigel.

—No, claro —Waigel atendió la llamada y puso el teléfono en la oreja de Marcos mientras él ponía las balizas y detenía el auto en la banquina. Waigel estaba atento a los gestos de Marcos, como si eso le permitiera saber lo que Andrea le estaba diciendo. Intentaba escuchar pero solo oía que hablaba mucho y rápido. ¿Porqué lo llamaba a Marcos? Marcos sólo se limitaba a decir “¡no!” “bueno” y “no se”, cada tanto. A Waigel se le hizo eterna la espera hasta que Marcos cortara. 

—No se que decirte, cualquier cosa te aviso, no se si lo voy a ver —Marcos cortó—  Qué despelote —agregó.

 —¿Qué pasó? —preguntó Waigel.

 —Andrea no sabe que hacer, Mabel se la pasa llorando. Ayer quería ir a tu casa otra vez y la tuvo que frenar. Armó un escándalo, después se puso a llorar y a amenazar con que se va a matar. Andrea está tratando de convencerla para volverse —Waigel lo escuchaba atentamente y prefirió no opinar para no involucrarse.

 Aún si Marta se fuera de “la feliz”, como se la suele conocer a Mar del Plata, Waigel no podría volver a la milonga, el escándalo estaba demasiado fresco y el público sería el mismo. Poco le importaba ya no ir a bailar mientras pudiera estar tranquilo de una vez por todas. Por suerte había pronóstico de buen tiempo, los últimos tres días de lluvias intermitentes habían hecho imprescindibles las salidas nocturnas, al cine o a comer, pero eso ya no era vida, para todo había que hacer colas interminables. Al final lo que más lo gratificaba era quedarse en ese balcón devenido en living con inmejorable vista a los acantilados, un pequeño lujo, algo que siempre había deseado, y ahora que lo tenía le faltaba una mujer con quien compartirlo. La extrañaba a Sandra.

 Los días siguientes fueron de playa y casino, supermercados y comidas en su departamento, la mayoría de las veces cenaba con Marcos y, en ocasiones, también con Rosa. Así pasaron las vacaciones, sin averiguar mucho más sobre Marta.

 Waigel regresó procurando evitar el tránsito de los últimos días del mes. Encontró su casa tal como la había dejado hacía un mes salvo por la canilla del pasillo de acceso que estaba perdiendo, había un tacho debajo, ya rebalsado de agua, seguramente lo había puesto su hija. Marcos también había vuelto y el sábado se verían para cenar. 

 A las cuatro de la tarde hablaron para coordinar. Eligieron ir a “El Establo”, era una parrilla que estaba sobre la ruta. Waigel había extrañado comer un rico vacío en un lugar apacible en donde no hiciera falta gritar para que el otro escuchara. Después de pedir, Marcos no pudo contener su curiosidad.

—Tuviste alguna noticia de Marta? —preguntó.

—No, por suerte. —contestó Waigel.

—Me dijo Andrea que cuando volvieron se quiso ir al campo.

—Ah —contestó Waigel desinteresado.

—Hoy me llamó Susy, mañana vamos a bailar a Boedo ¿Vas a venir? —dijo Marcos.

—¿Quién va? —preguntó Waigel antes de responder.

—Susy, Andrea y yo. —contestó Marcos

—¿Andrea? —preguntó Waigel en tono de reproche.

—Y sí, me llamó y me pidió si la podía llevar ¡No pasa nada! ¡No te va a decir nada, y si habla de Marta no le des bola!

—Si, pero después cuenta todo. —dijo Waigel.

—Y bueno ¿qué vas a hacer? ¿no vas a ir más a ningún lado?

—Mañana te contesto. —dijo Waigel mientras acomodaba los cubiertos sobre el plato como si no fuera a comer más.


 Al día siguiente se despertó cerca del mediodía, se sentía animado. A las tres de la tarde ya había decidido que iría a bailar a la capital, no se arrepentiría. No imaginaba que ese mismo día conocería a Pilar y todo el resto dejaría de importarle. Su estado de ánimo le predecía algo bueno. Y todo sucedió casi al final de la noche, cuando la gente empezaba a irse de la milonga y vio que había suficiente espacio para salir a recorrer el salón. Caminó despacio como si fuera concentrado en algo. Cuando alguna mujer atrapaba su atención giraba la cabeza para evitar detener su marcha. Esperaba una señal. De repente no tuvo más remedio que detenerse, en el medio de su camino una mujer de pié charlaba con otras que estaban sentadas en una mesa. Ella levantó la vista al sentirse observada y ahí estaba Waigel, esperando que ella reaccionara con una sonrisa antes de anticipar la suya. La invitó a bailar con un gesto y en cuanto la abrazó se entregó a su baile como si fuera ella la que lo guiaba.

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