VII- Vacaciones de Locura 2

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Los días subsiguientes transcurrieron sin sobresaltos. Waigel pretendió hacer su vida como si nada hubiera pasado. Parecía imperturbable, en realidad se sentía acechado. Se levantaba tarde e iba un rato a la playa cerca de las cuatro. Cuando volvía pensaba en lo que comería a la noche y hacía algunas compras. Si tenía tiempo antes de que cierren los negocios pasaba un par de horas por el bingo, no le importaba ir en bermudas. Si la playa le había abierto el apetito se iba directo a comer algo en su casa y, después de bañarse y arreglarse con algo de esmero, iba al casino para jugar un rato. De ese modo pasaba el tiempo más rápido y su cabeza se concentraba en otra cosa. 

 Pasaron varios días antes de que Marta volviera a llamarlo pero era predecible que insistiera. Waigel la atendió y fingió escuchar mal.

 —¿Quién es? —gritó Waigel.

 —Yo, Marta, ¿no me tenés agendada? —respondió en tono de reproche.

 —Estoy en la calle y el reflejo no me dejó ver —se justificó él.

 —Inauguran una milonga mañana ¿Querés ir? —dijo Marta.

 —No puedo, llega Marcos, me comprometí con él. —mintió Waigel. 

 —¿Querés cenar hoy? —insistió Marta intentando que él accediera a verla.

 —No, gracias. No me siento bien.

 Waigel le cortó como pudo ¿Es que no se daba cuenta que no tenía ningún interés en verla? Cuanto más se humillaba Marta ante él, más la despreciaba. Por fin llegarían Marcos con Rosa el sábado, pensaba invitarlos a la milonga de Los Angelitos para festejar el reencuentro. Ni se le ocurriría mencionárselo a Marta, era capaz de aparecerse.

 Waigel arregló con Marcos que se encontrarían en la milonga. Cuando llegó, él y Rosa ya estaban en la mesa al lado de un cortinado que daba a la calle. En cuanto se sentó relojeó el lugar.

 —¡Uh! ¡Están Bety y Estela! —dijo Waigel. Marcos intentó buscar en el lugar con disimulo y luego murmuró algo para exteriorizar su sorpresa. Ya estaba enterado de todo lo que había pasado con Marta aquella noche en casa de Fabio.

 Todavía había poca gente y solo dos parejas bailaban la tanda de Canaro. Poema, Retintín, Pampa e Invierno. Pidieron champagne y aprovecharon para que la moza les tomara una foto de los tres, con la botella en la mesa y cada uno sosteniendo su copa recién servida, en intención de brindar. La noche recién empezaba.

 Eran pasadas las diez y el lugar empezaba a llenarse. Marcos miró hacia la puerta.

 —¡Vino Andrea! —dijo Marcos inclinando su cuerpo para acercarse al oído de Fabio. Los dos  se miraron y luego monitorearon la entrada con cierta discreción mientras Rosa trataba de despegarse de los hombres intentando que de otras mesas la sacaran a bailar— Si, está con Marta, está pagando —volvió a murmurar Marcos. Waigel sacó el pañuelo de su bolsillo y se secó la transpiración.

 Pronto Marta y Andrea entraban al salón y se sentaban en una mesa junto con otras mujeres que ellos no conocían. Marta eligió una silla desde donde lo veía directamente a Waigel sin necesitad de voltear la cabeza ni siquiera diez grados, él sabía que eso no era casualidad. Al principio estuvo discreta, pero no tardó en empezar a mirarlo sostenidamente para que la sacara a bailar, cosa que él postergaría mientras pudiera, pero solo pudo soportar el descaro el tiempo que duraban dos tandas, eso era como media hora, una eterna media hora. Sería mejor sacarla para que no hiciera de las suyas. Pusieron la orquesta de Osvaldo Fresedo, Ray demoraba en empezar a cantar “…y siempre es carnaval”, el mismo tiempo que tardó Waigel en resignarse, fueron exactamente dos minutos desde que comenzó a sonar la música. Levantó la cabeza y se dio cuenta que ella lo estaba fulminando, le hizo señas para hacerle creer que él había decidido invitarla, que ni sospechara que se las había salido con la suya. El se levantó y fue con parsimonia hasta la pista intentando dilatar el encuentro. Ray empezó a cantar esos escasos cuarenta y cinco segundos, cuando se abrazaron ya volvía a sonar la orquesta sola, otros tantos segundos y llegaría el esperado final. Curiosidades de la época, eso de que los cantantes se lucieran menos de un minuto y después de una larguísima introducción orquestada. Waigel prefería prestar atención a esas cosas mientras bailaba con Marta, tendría un motivo para hablar con ella en la pausa, luego le preguntaría si fue a la playa, y listo, cuando se quisiera acordar terminaría todo. 

 —¿Y vos, también fuiste a la playa? —dijo Marta.

 —Si, un rato —contestó Waigel.

 —¿A cuál? —Esa pregunta no quería responderla con la verdad o tendría que mudarse de balneario. Bailaron el siguiente tema antes de que él contestara. Pero cuando terminó el tema Marta le recordó que le debía una respuesta.

 —A Punta Mogotes —dijo él, aunque jamás hubiera pisado esa playa.

 —Nunca fuiste a esa playa —retrucó ella intentando sacarlo de mentira a verdad.

 —Quería cambiar un poco, me dijeron que era buena. —Por suerte ya faltaba menos. La conversación no fluía. Los dos pensaban bien lo que iban a decir.

 —¿Mañana vas ahí? —preguntó ella inevitablemente, a pesar de que Waigel deseó fervientemente que ella no fuera tan frontal.

 —No sé, si me siento bien sí, hoy tomé demasiado sol —dijo él para disuadirla. Ya venía el último tema, por fin. Pero esta vez Marta habló antes de que terminara.

 —¿Bailamos los valses? —dijo a Waigel.

 —Bueno, si no me duelen las piernas sí. —sabía que tenía que solucionar las cosas sin negarse directamente.

 —¿Te duelen las piernas? —preguntó Marta.

 —Un poco, si —contestó Waigel, aliviado porque había empezado a sonar la cortina musical que indicaba el fin de la tanda.

 Waigel fue a la mesa y empezó a planear la hora en que se iría. La amiga de Marcos tenía que irse temprano y se ofreció a llevarla. No tardaron en llegar los  valses y Waigel no pudo evitar estar atento a Marta que tenía su mirada posada en él. Eran hermosos esos valses del Quinteto Pirincho, un desperdicio tener que bailarlos con esa mujer. En sus pensamientos no había espacio más que para Sandra y no le importaba que fuera una principiante en el tango. Trató de bailar procurando no hablar, pero Marta quería que fuera a su mesa para saludar a Andrea en cuanto terminara la tanda.

—No, en un rato me voy, estoy muy cansado. Además, Rosa se tiene que ir, la tengo que llevar. 

—¿Y por qué no me llevás a mí? —dijo Marta dejando perplejo a Waigel.

—¿Vos no viniste con Andrea? —le replicó él.

—Si, pero quiero que me lleves vos.

—Es que ya le prometí a Rosa. —dijo Waigel.

—¿Y que tiene, no puedo ir yo también? —Marta estaba empezando a levantar el tono de voz. Otra vez lo tenía a maltraer.

—¡Es que ya nos vamos! —eso fue lo último que pudo decirle antes de que ella entrara en cólera.

—¿No me vas a llevaaaar? ¡Quiero que me lleves! ¡Por favor! ¡Por favor! —gritaba Marta, al principio imperativamente, luego rogando mientras lloraba desconsolada y fingía un desmayo que a él jamás conmovería porque sabía que era una actuación—. ¡Te lo ruego, te lo ruego! —fue lo último que ella dijo, en tono dramático, antes de caer al piso.

 El DJ suspendió la música y todos quedaron parados en la pista observando la escena. Nadie se iba a sentar y la música esperaba para seguir sonando. 



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