XVIII- En la ruta

La noche en casa de Waigel había sido perfecta. El dormitorio de Fabio invitaba al descanso. En la pared que estaba enfrentada a la puerta había un gran cuadro hecho por él en tonos púrpura y bordó. El dibujo abstracto evocaba al útero materno y daba un toque acogedor al dormitorio, cuidadosamente arreglado y bienoliente. De mesita de luz había una redonda, muy pequeña, cubierta hasta el piso con una tela de raso color rosa viejo, sobre ella un pequeño velador antiguo con luz tenue daba calidez a la habitación. Del otro lado no había mesita sino una silla contra la pared. Fabio ofreció a Pilar su lugar,   junto a la mesa. 

 Con buen criterio esa noche ni hablaron del posible viaje del día siguiente. Se acostaron y se abrazaron sin esperar absolutamente nada. A Pilar la conmovía la sutileza de Waigel para mostrar su interés, la presencia sin invasión, el amor sin expresión elocuente, sentía ese vacío que le hacía desear permanecer allí en lugar de irse. Un vacío como el de un cuenco que está dispuesto a contener algo dentro, igual que esa cavidad pintada en el cuadro. Tenía muy presente a Don Atilio Abelende, ese paisano del campo que trabajaba para su tío cuando ella era chica, más sabio que cualquier CEO de multinacional que solo tendría por ello asegurado puro conocimiento, "Mijita, los caballos son animales de presa, no se acerque como un cazador”, "Párese al costado y espere hasta volverse parte del paisaje, así no lo espanta". Pero volviendo a esa noche, Pilar se sentía confiada y tranquila, en esa cama no había presa ni predador, estaban juntos en eso, con los mismos temores y deseos. Hicieron el amor sin que ninguno haya tomado la iniciativa, sólo fue una consecuencia, un devenir inevitable. Qué maravilloso era aquello, no había antes, durante ni después, no había principio ni final, un continuo bello momento ausente de estridencias, o de excesivo culto a la virilidad. Ahí estaban los dos, en la cama, viviendo esa experiencia en paridad.

A la madrugada ninguno de los dos dormía y terminaron charlando en la cocina mientras tomaban un té con galletas, él en bata y ella con el pijama de flores grandes azules y blancas. Estar acompañada en el desvelo hizo sentir a Pilar como en una escena familiar, todo sucedía con la confianza más propia de una relación ya establecida. Se sintió aliviada, nada peor que dar vueltas en cama ajena sin poder dormir. Cuando volvieron a la cama se abrazaron y así permanecieron, inmóviles, hasta las 10 de la mañana. La misma excitación que los había desvelado fue la que los hizo dormir profundamente, como si hubieran perdido el conocimiento. 

La persiana dejaba pasar algunos rayos de luz desde el patio del fondo. Ella se despertó y sintió que él se movía, era como si se hubieran puesto de acuerdo. Habían amanecido en la misma posición en la que se durmieron, ella sobre su costado izquierdo mirando hacia la pequeña mesa y él detrás, insinuando un abrazo que no le quitaba libertad, justo era una de esas cosas que ella necesitaba conservar. Se levantaron y Waigel le pidió que preparara unos mates. Ella prefería el té o el café pero aceptó de buen gusto desayunar al estilo que él proponía, era parte de lo maravilloso de descubrir el mundo del otro. Investigó el lugar buscando lo necesario, la mayoría de las cosas estaban donde se esperaba, el mate boca abajo en el seca platos junto a la bombilla, la yerba y las galletas las había visto a la madrugada en la alacena que estaba sobre la mesada, y por el resto no debía preocuparse. Destapó la pava y miró adentro.

—¿Esto que es? —preguntó a Waigel señalando el interior de la pava con el dedo índice.

—Limón, es un pedazo de limón, lo puse anoche, debería estar bien —contestó  él. Pilar inspeccionó mejor y decidió dejarlo, le habían dicho que era bueno tomar limón por las mañanas, podría ser interesante experimentar el mate con un dejo alimonado. Agregó agua y la puso a calentar mientras llenó el mate con la yerba dejando un hueco junto a la bombilla, humedeció la yerba con agua tibia y esperó. Mientras la pava tomaba temperatura buscó una bandeja, encontró una tabla de madera que le pareció útil, colocó todo encima y lo llevó a la mesa mientras el agua alcanzaba la temperatura adecuada. Cuando estuvo lista llevó la pava y la puso sobre la tabla.

La mesita de chapa verde inglés ahora estaba sin el mantel a cuadros y había un sillón a cada lado, todo contra la pared. Waigel se sentó y probó el mate que le dió Pilar.

—Ah! muy bien! Creí que no sabías preparar mate, ¡pero esto está especial! —Ella sabía que era un halago inmerecido, seguramente Waigel estaría de buen humor—. ¿Que te parece, salimos en un rato? —preguntó con naturalidad mientras le cebaba, ahora él, un mate a Pilar.

—Si, me parece bien —contestó ella al mismo tiempo que asentía con la cabeza para lucir más convincente—. Yo tengo mi bolso listo —dijo en tono de jocosa obviedad—. Desayunamos tranquilos y después me ducho.

—Perfecto —dijo él—. Sin apuro, tenemos la vida por delante. —Pilar sintió como si le hubieran hecho una promesa de amor eterno y se llamó internamente a la reflexión, ella tenía la cabeza en los cielos pero los pies bien sobre la tierra, de todos modos respondió al halago con su sonrisa más inocente. 

Desayunaron muy despacio, ella se bañó mientras él acomodaba la cocina, luego se bañó él y ella aprovechó para guardar las pocas cosas que había sacado de su bolso. Después puso sus pertenencias junto al sillón que estaba al lado de la puerta. Serían cerca de las once y media cuando los dos estaban listos para salir. El pasillo que los llevaba hasta la calle era mucho mas lindo de día. Luminoso y colorido gracias a las flores rosadas de la enredadera cuyo tronco estaba pelado de ramas para dejar que, desde arriba, colgaran varias que caían sobre el vidrio colocado en forma de pequeño alero arriba de la puerta. 

De repente estaban los dos parados frente al baúl del auto de Pilar cargando los bolsos para emprender su primer viaje juntos, esa misma escena que volverían luego a repetir en circunstancias completamente diferentes. Se miraron a los ojos intentando adivinar vaya a saber qué. Se subieron y Pilar arrancó. Ella era de costumbres pulcras para conducir y le molestaba que su copiloto le diera instrucciones operativas, tal vez tuviera suerte y Waigel se mantuviera en silencio. El se limitó a indicar cómo salir de la ciudad. 

—¿Querés que maneje yo hasta que salgamos? —preguntó  él. Ella lo miró de reojo mientras pensaba qué contestar.

—Bueno, dale, vos conocés el camino, manejá hasta la ruta. —Era una buena chance para evaluar cuánto podría confiar en él. Pilar se arrimó al cordón y detuvo el auto, luego puso el freno de mano, los dos se bajaron al mismo tiempo con total decisión y se cruzaron por la parte de atrás del auto, buena señal fue que Waigel no amagara a cruzarse por delante, teniendo en cuenta que era hacia donde la calle tenía pendiente. Waigel tomó el volante con las dos manos intentando medir su confort, corrió el asiento para atrás, bajó la altura, acomodó los espejos, quitó el freno de mano y arrancó despacio, todo sin necesidad de preguntar. El andar era completamente apacible, ella respiró profundo, aliviada, dispuesta a disfrutar. Movimientos predecibles y anunciados tal como la mismísima forma de danzar que lo caracterizaban, sin sobresaltos, sin tirones, sin esfuerzos inútiles. No concebía Pilar otro modo de estar en movimiento. Después de todo no había diferencia entre conducir un auto, bailar, montar a caballo, o pilotear una aeronave. Atención, intención, concentración y previsión, eso era todo lo necesario para que la acción fuera una consecuencia natural que desembocara necesariamente en un devenir de acontecimientos armónicos y sin sobresaltos. No importaba si se trataba de lo más primitivo de las fuerzas de la naturaleza o la más sublime tecnología creada por el hombre, sabía ella que el equilibrio y el caos eran generalmente co-creados. 

Cuando llegaron a la ruta ella lo dejó seguir manejando un poco más, simplemente haciendo caso omiso. Conversaron sobre la noche anterior, hablaron de Rosa, de Marcos, de lo bien que la habían pasado, de las empanadas de mariscos, del tango, y pusieron algo de música que ella tenía. En un momento Pilar sintió que era oportuno contarle sobre su próximo viaje a París, tendría que ver la forma de hacerlo sin que parezca que daba unas explicaciones que él jamás había pedido.

A mitad de camino pararon para tomar un café y estirar las piernas. Luego miraron unos negocios  que había en el parador. Pilar observó como Waigel se interesaba por las artesanías, miraba como estaban hechas más que como potencial comprador.

—Yo hice algo parecido a ésto con una pasta de papel —explicó él señalando el marco de un espejo que tenía textura y relieves.

—¡Ah, que bueno! Es hermoso —contestó Pilar. Me tenés que mostrar eso, ¿lo tenés todavía?

—Si, en el galpón.

—¿Cómo en el galpón? —dijo Pilar en tono de ligero reproche.

—Es que tengo muchas cosas, cuando volvamos te muestro. ¿Seguimos viaje? —dijo Waigel interrumpiendo  esa charla sobre él mismo.

—Si, dale, sigamos.

Se subieron al auto. Hicieron 50 metros cuando un policía les hizo señas, Waigel había olvidado encender las luces. Se detuvieron sobre la banquina y él bajó la ventanilla. El agente les explicó pero ellos se anticiparon, Pilar agradeció el aviso. El agente insinuó que haría una multa pero ambos se disculparon, el agente insistió con la multa cuyo monto era algo abultado, a eso se sumaría el castigo en los puntos y una penalidad en el costo del seguro. Waigel se bajó del auto y fue hacia el baúl con el policía, charlaron un rato y luego fueron juntos a una casilla que estaba mas atrás. Al rato volvió solo, se subió al auto y siguieron viaje. Extendió su brazo derecho para entregar a Pilar el papel de la multa confeccionada, pero el número de patente estaba corregido para convertirlo en otro.

—La perdonaron. —dijo él. Al principio Pilar no entendió, pero luego tomó el papel que le daba él y lo guardó por las dudas.

—¿Llegaremos cerca de las seis, verdad?

—Si, por ahí —respondió él.

—¿Pongo música francesa? —preguntó Pilar.

—¿A ver? —dijo él curioso. Ella buscó en el pendrive y el tema que empezó a sonar fue "Sous le ciel de París". Era el momento adecuado, tenía que aprovechar, no sería fácil abordar el tema si dejaba pasar esa oportunidad.

—¿Sabés que tengo que viajar a París dentro de dos meses?

—¡No me contaste!

—¡Eso estoy haciendo! ¡Acabo de sacar el pasaje, y ya pensaba que no iba a conseguir, está todo muy sobrevendido, salvo las tarifas muy caras! 

—¿Cuándo te vas?

—En junio, para mi cumpleaños. —Él no contestó, solo siguió manejando.— Llevo las cenizas de mi madre.

—¿A dónde las llevás? —indagó él.

—Al Sena, las voy a tirar ahí.

—¡Ah! ¿al Sena?—dijo él sorprendido. Después se quedó callado y luego de un rato continuó— ¿Me vas a mandar un mensajito desde La Torre?.

—¡Claro! —el reclamo de Waigel era simple y alentador.

—Yo me iba a ir a Europa el año pasado, pero al final no pude ir —dijo Waigel en tono melancólico.

—¿Qué pasó? —preguntó ella intentando leer los pensamientos detrás de su rostro.

—Salía con una mina y habíamos dado una seña. Un día discutimos y se fue sola —explicó Waigel. A Pilar no le agradó que se refiriera  así a su ex, hablaba en tono despectivo pero lo justificó, tal vez la expresión lunfarda fuera lo más adecuado para referirse a una situación de dolor sentimental.

—¿Pero cómo? —preguntó Pilar, luego decidió hacer silencio y no hurgar en la herida. Waigel no siguió hablando del tema. Ella se sintió apenada.

Continuaron el viaje más callados que en la primer mitad. A las seis y media de la tarde llegaron a Mar del Plata..

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